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QUINTO CUADERNO DE ECOLOGÍA POLÍTICA - PARTE 4 - ACUMULACIÓN Y CONCENTRACIÓN DEL CAPITAL

 Acumulación y concentración del capital

La Parte 4 del quinto volumen de los cuadernos analiza las consecuencias ecosociales del productivismo, especialmente la acumulación y concentración del capital. Se critica la ideología del productivismo, que impulsa el crecimiento económico sin límites, y se explora cómo la acumulación de capital genera desigualdad económica y problemas ecológicos, como la crisis energética, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. El texto profundiza en la relación conflictiva entre el capitalismo y la naturaleza. Se menciona el concepto de "ruptura metabólica" describiendo la manera en la que el capitalismo altera el intercambio natural entre los humanos y el ambiente, llevando a la degradación ecológica. Se destaca la obra de James O'Connor, quien postula la existencia de una "segunda contradicción del capitalismo" entre las condiciones de producción (incluida la naturaleza) y las relaciones de producción. El capitalismo, al degradar los recursos naturales, crea crisis ecológicas que amenazan su propia reproducción. También se analiza la manera en la que el productivismo impulsa la acumulación y concentración de capital en el sistema capitalista. De manera particular se cita datos alarmantes sobre la concentración de la riqueza a nivel mundial, como los del Global Wealth Report y la World Inequality Database. Se menciona el informe de Oxfam Intermón que revela la desproporcionada distribución de la riqueza, donde el 1% posee más que el 95% de la población mundial. Como consecuencia de la acumulación y concentración de riqueza, el texto aborda la persistencia de la pobreza a nivel global, utilizando datos del Banco Mundial, el PNUD y UNICEF. Se destaca la pobreza multidimensional y cómo esta afecta de manera desproporcionada a mujeres y niños.

 

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La contradicción capital-naturaleza

Dado que el capitalismo se ha transformado en la vertiente hegemónica del productivismo, se analizarán las consecuencias ecosociales de este sistema. Una de estas consecuencias, en la que nos centraremos aquí, es el proceso de acumulación y concentración del capital en tanto este interactúa y se refuerza mutuamente con las consecuencias energéticas y ecológicas del productivismo.

Resulta importante señalar que, en este campo y parafraseando a Serge Latouche, el ecologismo no pretende reinventar la pólvora. La crítica a la acumulación y concentración del capital ya fue formulada, y bien formulada, por Karl Marx. No obstante, el ecologismo va más allá al poner en tela de juicio la superideología productivista que inspira tanto al capitalismo como al socialismo.

En algunos de sus trabajos, Marx discute sobre la manera en que el capitalismo afecta a la naturaleza y cómo esa relación podría volverse conflictiva a largo plazo. Lo hace en su obra "El Capital", cuando menciona el concepto de ruptura metabólica (o "fractura metabólica") entre el ser humano y la naturaleza. Este término describe cómo el capitalismo interrumpe el intercambio orgánico entre los humanos y el ambiente. En el modo de producción capitalista, la explotación intensiva de la tierra y de los recursos naturales crea una separación entre la producción humana y los ciclos naturales. Esto genera degradación ecológica, ya que el capital, en su afán de maximizar las ganancias, no se preocupa por los límites o la regeneración de los recursos.

Marx señala que, así como el capitalismo explota a los trabajadores, también explota a la naturaleza. En "El Capital", discute cómo el capitalismo extrae y agota recursos naturales sin consideración por su sostenibilidad, con consecuencias negativas tanto para la naturaleza como para los propios seres humanos. Dice que "todo progreso en la agricultura capitalista es un progreso en el arte de esquilmar no solo al trabajador, sino también a la tierra". Aunque el capitalista ve la tierra y la naturaleza como fuentes de recursos explotables, Marx subraya que la tierra no es infinita y que su explotación sin límites lleva a la degradación ambiental y a la crisis de los recursos. Este enfoque se alinea con su análisis de la crisis del capitalismo, que no solo explota a los trabajadores, sino también a la naturaleza de manera insostenible.

Por su parte, Friedrich Engels también trató temas relacionados con la naturaleza, en particular en su obra "La Dialéctica de la Naturaleza". Aunque no habla explícitamente de una contradicción entre capital y naturaleza, Engels sí resalta que los seres humanos no pueden separarse de las leyes naturales y que las intervenciones en la naturaleza tienen consecuencias impredecibles.

Engels argumenta que la sociedad moderna tiende a subestimar las leyes de la naturaleza, creyendo que el desarrollo científico y tecnológico bajo el capitalismo puede superar todos los obstáculos naturales. Sin embargo, Engels advierte que esta creencia es peligrosa, ya que los seres humanos están limitados por la naturaleza y que las acciones que van en contra de estas leyes naturales tendrán consecuencias destructivas a largo plazo.

Aunque Marx y Engels no formularon explícitamente una "contradicción capital-naturaleza", pensadores contemporáneos del marxismo ecológico, como James O’Connor y John Bellamy Foster, han desarrollado esta idea, a partir de los escritos originales de Marx.

John Bellamy Foster, en su trabajo sobre la ruptura metabólica,[1] toma este concepto de Marx quien consideraba que el metabolismo entre los humanos y la naturaleza, es decir, el intercambio material y energético, estaba alterado por el sistema capitalista. Este sistema separa a los trabajadores de la tierra y crea una ruptura entre la producción humana y los ciclos naturales. Bellamy Foster expande estas ideas, mostrando cómo el capitalismo rompe el equilibrio ecológico al tratar la naturaleza como una fuente ilimitada de recursos y un vertedero para los residuos. Esta ruptura se manifiesta en la degradación ambiental y el cambio climático, entre otros problemas.

Foster profundiza en cómo el capitalismo tiende a sobreexplotar los recursos naturales sin preocuparse por su regeneración, lo que genera crisis ecológicas. Según Marx, el ciclo natural de nutrientes y su retorno al suelo se ve interrumpido por la agricultura industrial, que extrae nutrientes del suelo sin devolverlos, generando infertilidad y desequilibrio ecológico.

El concepto de “fractura metabólica” subraya la incompatibilidad entre las dinámicas capitalistas, que buscan maximizar las ganancias a corto plazo, y la sostenibilidad a largo plazo de los ecosistemas. Foster sostiene que una sociedad socialista, que restablezca la relación armoniosa entre la humanidad y la naturaleza, podría reparar esta fractura.

En resumen, Foster recupera las ideas ecológicas de Marx, mostrando que su crítica al capitalismo no se limita a lo social y económico, sino que también incluye una preocupación por los desequilibrios ecológicos que el sistema genera.

Por su parte, James O’Connor en su obra "Causas Naturales. Ensayos de marxismo ecológico",[2] obra fundamental para entender la intersección entre el marxismo y la ecología, argumenta que hay una segunda contradicción del capitalismo: entre las condiciones de producción (incluida la naturaleza) y las relaciones de producción. Según O'Connor, el capitalismo degrada los recursos naturales (como la tierra, el agua, el aire) y eventualmente enfrenta crisis ecológicas que amenazan su propia reproducción, al igual que las crisis económicas causadas por la contradicción entre capital y trabajo.

O'Connor explora cómo el capitalismo genera no solo crisis económicas, sino también crisis ecológicas. A lo largo de los ensayos que componen el libro, O'Connor desarrolla la idea de una "segunda contradicción del capitalismo", la cual se centra en la relación conflictiva entre el capital y la naturaleza.

Retoma la clásica contradicción entre capital y trabajo que ya había planteado Karl Marx. En esta, la búsqueda constante de maximizar la ganancia lleva al capitalista a reducir los salarios, lo que eventualmente reduce el poder adquisitivo de los trabajadores y genera crisis de sobreproducción.

A partir de lo anterior, O'Connor introduce una segunda contradicción, esta vez entre capital y naturaleza. Señala que el capitalismo no solo explota a los trabajadores, sino también a los recursos naturales, como el suelo, el agua, los ecosistemas y la biodiversidad. El problema surge porque el capitalismo tiende a degradar estos recursos para abaratar costos, lo que a largo plazo también afecta la producción y crea una crisis ecológica.

O'Connor sostiene que el capitalismo depende de tres condiciones de producción fundamentales: trabajo humano, naturaleza e infraestructura (carreteras, energía, etc.). El capital reduce estos costos siempre que puede, pero la sobreexplotación de la naturaleza y la infraestructura finalmente lleva a su deterioro. Esto obliga al sistema a gastar más para restaurar o reemplazar estos recursos, lo que afecta las ganancias a largo plazo.

Uno de los temas clave es la crítica de O'Connor al productivismo, que es la ideología que impulsa el crecimiento económico sin límites. En lugar de respetar los límites naturales del planeta, el productivismo capitalista busca maximizar la extracción de recursos, lo que causa un colapso ecológico. O'Connor señala que cualquier modelo económico sostenible debe reconocer estos límites y ajustarse a ellos, algo que el capitalismo, por su naturaleza, no puede hacer.

En este análisis también se considera la manera en que la degradación ambiental bajo el capitalismo genera conflictos sociales. Las poblaciones más pobres y vulnerables suelen ser las más afectadas por la contaminación y la explotación de recursos, lo que lleva a un aumento en los movimientos sociales y ecológicos que luchan contra la destrucción del ambiente y las desigualdades asociadas.

O'Connor introduce el concepto de la ecología de los costos, que señala cómo el capitalismo tiende a externalizar los costos ambientales. Las empresas pasan los costos de la degradación ambiental a las comunidades locales o a las generaciones futuras. A largo plazo, estos costos "externalizados" vuelven como crisis que amenazan tanto la estabilidad económica como la ecológica.

En definitiva, James O'Connor argumenta que el capitalismo está condenado a enfrentarse no solo a crisis económicas, sino también a crisis ecológicas. Estas crisis derivan de su incapacidad para mantener un equilibrio entre la explotación de los trabajadores y la explotación de la naturaleza. Para O'Connor, cualquier proyecto de transformación social debe incluir una dimensión ecológica que reconozca y respete los límites del planeta.

El marxismo ecológico de O'Connor ofrece un marco para entender la relación entre las crisis económicas y ecológicas como partes inseparables de la dinámica capitalista, y sugiere que solo una reestructuración profunda del sistema puede resolver ambas contradicciones.

El ecologismo, en su crítica al productivismo, recoge la crítica marxista al capitalismo, pero insiste en que la solución no es solo cambiar el sistema económico, sino también abandonar la superideología productivista, que es insostenible tanto económica como ecológicamente.

Productivismo y acumulación del capital

Como hemos visto en el Volumen III de estos Cuadernos de Ecología Política, el productivismo es la creencia en que las necesidades humanas sólo se pueden satisfacer mediante la permanente expansión del proceso de producción y consumo, transformados en el fin último de la organización social. De allí que, bajo la razón productivista, el principal objetivo social y económico es el aumento constante de la producción de bienes y servicios, ya que se considera que la prosperidad y el bienestar de una sociedad dependen fundamentalmente de su capacidad para producir cada vez más.

En el modelo capitalista, el productivismo impulsa los procesos de maximización de la producción, generación de plusvalía y reinversión en la producción asumiendo que una mayor producción es necesaria para generar más valor y aumentar las ganancias; que más producción implica más oportunidades de extraer plusvalía a partir del trabajo y que el capital debe seguir expandiéndose para acumular más riqueza.

Esta dinámica productivista impulsa el proceso de acumulación mediante la circulación mercantil capitalista, que se puede enunciar como el proceso de comprar para vender y que se esquematiza de la siguiente manera: D-M-D´, donde D = Dinero; M = Mercancía y D´= suma de dinero mayor que D. Una dinámica que significó un cambio crucial en la historia respecto de las primigenias dinámicas de trueque (M-M´) y de producción simple de mercancías (M-D-M´).

Para describir este cambio Riechmann cita a Herman Daly,[3] para quien:

La desviación del enfoque del valor de uso al valor de cambio es crucial…A diferencia de los valores de uso concretos, que se arruinan o se deterioran cuando se acaparan (debido a la entropía), el valor de cambio abstracto se puede acumular indefinidamente sin costes de deterioro o de almacenamiento. De hecho, el valor de intercambio abstracto crece por sí mismo, dando intereses, y luego intereses sobre los intereses. Marx, y Aristóteles antes que él, señalaron el peligro de este fetichismo del dinero. (...) En nuestra época este proceso histórico de abstraerse cada vez más del valor de uso ha sido llevado quizás al límite en la así llamada ‘economía de papel’, que puede ser simbolizada como D-D*, la conversión directa de dinero en más dinero sin referencia a los bienes ni siquiera como un paso intermedio.

Una característica del proceso de acumulación es que tendencialmente resulta insostenible, tanto social como ambientalmente, en tanto la presión constante por aumentar la producción conduce a chocar con los límites biofísicos del planeta y a la explotación de la mano de obra.

Para Fred Magdoff y John Bellamy Foster: [4]

La fuerza rectora básica del capitalismo y toda su razón de ser es la consecución de ganancias y riqueza a través del proceso de acumulación (ahorro e inversiones). No reconoce límites para su propia auto-expansión, ni en la economía como un todo; ni en las ganancias deseadas por los ricos; ni en el aumento en el consumo que se induce para generar mayores ganancias o corporaciones. El medio ambiente existe, no como un lugar con límites inherentes dentro de los cuales los seres humanos deben vivir junto a otras especies, sino como un reino a ser explotado en un proceso de creciente expansión económica.

Riechmann reflexiona sobre la ciega dinámica valorización del valor -a la que considera como la fuerza que hoy nos está impulsando hacia un colapso socio-ecológico- de la siguiente manera:

El capitalismo es la civilización de la hybris. Su dinámica lleva a la destrucción de cualquier clase de barreras que pongan trabas a la generación de beneficios y la acumulación de capital. Si las características fisiológicas de los organismos vivos obstaculizan las estrategias de maximización que se valen de la ingeniería genética, el capital aliado con la tecnociencia tratará de dar el salto a la biología sintética (construyendo organismos nuevos desde su misma base molecular). Si el carácter finito de la biosfera terrestre limita la expansión económica, tratarán de dar el salto al cosmos, escapando del planeta Tierra. Si las capacidades físicas y psíquicas del ser humano son factores limitantes, tratarán de dar el salto más allá de Homo sapiens, promocionando un “transhumanismo” que se valdrá de herramientas cibernéticas, informáticas, biotecnológicas, nanotecnológicas… La cultura capitalista es un grito de guerra contra los límites. La sabiduría de la autocontención le resulta por completo ajena.[5]

Productivismo y concentración del capital

La concentración del capital es una ley tendencial del capitalismo. Esto significa que el sistema económico capitalista tiende estructuralmente hacia la concentración de capital y recursos en manos de una minoría.

Esta idea ha sido desarrollada por varios economistas y teóricos sociales. Para Marx la acumulación de capital y la competencia en el mercado llevan a una concentración inevitable. Las empresas más eficientes o con más capital pueden eliminar a sus competidores más pequeños, centralizando así el capital en menos manos. Esto se debe a la naturaleza expansiva y competitiva del capital, donde el crecimiento depende de absorber más recursos y ampliar mercados.

Más recientemente Thomas Piketty, quienes en El Capital en el Siglo XXI señaló que cuando el retorno del capital (r) supera el crecimiento económico (g), las personas que poseen activos (capital) se enriquecen más rápido que el resto de la sociedad. Esto es una dinámica estructural que tiende a favorecer la concentración.

Los que ya poseen capital pueden reinvertir y beneficiarse de economías de escala, innovación tecnológica y ventajas fiscales. El capital genera más capital, lo que crea un ciclo de concentración de riqueza. Sin intervención estatal, esta tendencia no tiene un límite claro dentro del sistema capitalista.

La concentración no solo ocurre en el ámbito productivo, sino también en el financiero. Las grandes empresas productivas tienen acceso privilegiado a capital a través de préstamos e inversiones, lo que les permite crecer más rápido y centralizar aún más recursos financieros.

El proceso de concentración de capital es el motor de desigualdad económica, tornando vulnerables a las pequeñas empresas y los trabajadores, generando una brecha creciente entre ricos y pobres, en lo que se conoce como Efecto Mateo, denominación sociológica simplificada por la frase: el rico se hace más rico y el pobre se hace más pobre.

La tendencia a la concentración de la riqueza en el capitalismo se explica, además de las razones antes enumeradas, por varias razones estructurales y dinámicas económicas inherentes al sistema tales como la posibilidad de transferir riquezas de generación en generación, asegurando que los descendientes de familias ricas tengan una ventaja significativa en términos de recursos y acceso a oportunidades, lo que perpetúa la concentración. También resulta importante la desigualdad en los salarios y poder negociador que se origina en muchas economías capitalistas, en las que los salarios de los trabajadores se estancan mientras los ingresos de los altos ejecutivos y los propietarios de empresas aumentan. Esto se debe en parte a la disminución del poder sindical, la automatización y la globalización, lo que reduce el poder negociador de los trabajadores frente a los dueños del capital.

En algunos países, las políticas impositivas tienden a beneficiar a los ricos, ya sea a través de tasas de impuestos más bajas para las ganancias de capital o mediante deducciones y exenciones fiscales que solo los más adinerados pueden aprovechar, lo que contribuye a una mayor concentración de la riqueza.

La tecnología y la automatización también pueden concentrar el capital, ya que las empresas tecnológicas generan enormes ganancias con menos mano de obra, y los beneficios se concentran en manos de los dueños de la tecnología y las plataformas.

Estas dinámicas generan un ciclo que, sin intervención estatal o políticas redistributivas, tiende a perpetuar y aumentar la concentración de la riqueza en las economías capitalistas.

La concentración de la riqueza en números

La tendencia hacia la concentración de la riqueza en el capitalismo es ampliamente documentada por estudios recientes. Datos actualizados muestran que la desigualdad sigue siendo una característica central de las economías globales, con una porción significativa de la riqueza concentrada en manos de un pequeño grupo.

Por ejemplo, el Global Wealth Report de 2024 indica que el 1% más rico de la población mundial posee casi la mitad de toda la riqueza global. Este fenómeno se intensifica por el crecimiento del número de millonarios y multimillonarios en varias regiones, mientras que la clase media y baja experimenta un crecimiento mucho más lento en sus ingresos y patrimonios.

A nivel más detallado, la World Inequality Database muestra que, en países como Estados Unidos y varios países europeos, la participación del 10% más rico en el ingreso total ha aumentado considerablemente desde los años 80. Esto es un reflejo de políticas económicas que favorecen a las rentas de capital sobre las del trabajo, y de la globalización, que ha permitido a las grandes corporaciones y fortunas mover sus activos para maximizar beneficios.

Estos datos confirman que la concentración de la riqueza sigue siendo una tendencia clave del capitalismo, alimentada por factores como la desigualdad en el acceso a la educación, la herencia, las políticas fiscales regresivas y la capacidad de los más ricos para invertir en activos financieros rentables.

Un informe de Oxfam Intermón en base a los datos de UBS presentado ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2024 revela que el 1 % más rico posee más riqueza que el 95 % de la población mundial; más de un tercio de las 50 mayores empresas del mundo —con una capitalización bursátil de 13,3 billones de dólares— tienen a un milmillonario como director ejecutivo o accionista principal; el 1 % más rico posee el 43 % de todos los activos financieros globales; dos multinacionales son propietarias del 40 % del mercado mundial de semillas: las “tres grandes” gestoras de fondos estadounidenses (BlackRock, State Street y Vanguard) gestionan 20 billones de dólares en activos, cerca de una quinta parte de todos los activos de inversión en todo el mundo; los países del Sur global sólo poseen el 31 % de la riqueza mundial, a pesar de concentrar el 79 % de la población mundial.

Fred Magdoff y John Bellamy Foster sostienen que:

La fabulosa acumulación de riqueza –como consecuencia directa de la forma en que el capitalismo funciona nacional e internacionalmente- ha producido simultanea y persistentemente hambre, desnutrición, problemas de salud, falta de agua, servicios sanitarios, y la miseria generalizada para una gran porción de los habitantes del planeta. Los pocos ricos recurren a la mitología de que las grandes disparidades son en realidad necesarias. Por ejemplo, como Brian Griffiths, el asesor de Goldman Sachs International…sostuvo: “debemos tolerar la inequidad como una forma de alcanzar una mayor prosperidad y oportunidad para todos”. Lo que es bueno para los ricos también –de acuerdo a ellos mismos- es coincidentemente bueno para la sociedad en su conjunto, a pesar de que muchos permanecen en un perpetuo estado de pobreza.[6]

La pobreza

Mientras que un pequeño grupo acumula riqueza, millones de personas enfrentan precariedad económica y falta de acceso a recursos básicos.

A nivel mundial, la pobreza es un fenómeno complejo y multifacético, cuya magnitud se estima mediante varios indicadores y datos.

Según el Banco Mundial, en 2021, alrededor de 9.3% de la población mundial (aproximadamente 700 millones de personas) vivían en condiciones de pobreza extrema.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), estima que, en 2023, más de 1.2 mil millones de personas vivían en pobreza multidimensional, lo cual incluye carencias en servicios básicos como agua potable, saneamiento, nutrición y acceso a la educación.

Según UNICEF, 1 de cada 6 niños en el mundo vive en pobreza extrema. Esto tiene consecuencias graves en su desarrollo, salud, acceso a la educación y posibilidades futuras.

Las mujeres y niñas se ven afectadas de manera desproporcionada por la pobreza. Las mujeres tienen menos acceso a recursos, empleos bien remunerados y seguridad económica, lo que las coloca en mayor riesgo de caer en pobreza extrema.

Además, el trabajo no remunerado, como el cuidado de niños y familiares, recae mayormente sobre las mujeres, limitando sus oportunidades económicas.

A nivel global en las últimas décadas, las desigualdades siguen siendo grandes, y la acumulación desmedida de riqueza en manos de unos pocos amplifica las brechas entre ricos y pobres. Además, fenómenos recientes como la pandemia y la crisis climática están exacerbando estas desigualdades, dificultando aún más la erradicación de la pobreza en todo el mundo.

 



[1] Bellamy Foster, J. (2013), “Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza”, Monthly Review , New York, Montly Review Foundation, 65 (7):1-18, diciembre.

[2] O´Connor, J. (2001). “Causas Naturales. Ensayos de marxismo ecológico. Madrid: Siglo XXI.

[3] Daly, H. (1995): “Dinero, deuda y riqueza virtual”, Ecología Política 9, Barcelona, p. 53.

[4] Magdoff, F y  Bellamy Foster, J. (2020):  Lo que todo ambientalista necesita saber sobre capitalismo. Monthly Review.  Volumen 61, número 10

[5] Riechmann, J.  (2015): un poquito de física, un poquito de matemáticas, un poquito de economía política. Conferencia de apertura pronunciada en el XII Encuentro de Economía Alternativa y Solidaria, Córdoba, 30 de abril de 2015. 

[6] Magdoff, F y Bellamy Foster, J. (2020) op. cit.

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