ALTERNATIVA ECOLOGISTA: MÁS ALLÁ DEL CAPITALISMO Y EL SOCIALISMO
Carlos
Merenson*
Desde
la aparición del movimiento ecologista en la escena mediática, numerosas voces
de pensadores y teóricos discuten su posicionamiento en el tablero político heredado
de la oposición entre izquierda y derecha, entre capital y trabajo. Frente a
este panorama binario, Los Verdes alemanes en su fundación en 1984 hicieron
famoso el lema «la ecología no está ni a la izquierda ni a la derecha, sino que
va hacia delante», mientras que el ecologismo político francés establecía el
«ni-ni»: ni de izquierda, ni de derecha.
Marcellesi, F. (2006). “Ecología Política: génesis,
teoría y praxis de la ideología verde”
El
régimen de propiedad sobre los medios de producción – privado o estatal – ha
diferenciado a los dos sistemas dominantes en los últimos siglos, capitalismo y
comunismo, mostrándose uno como alternativa del otro. Por su parte, el
anarcocapitalismo, estructurado principalmente a través de las obras de Murray
Rothbard y otros economistas de la Escuela Austríaca, introduce una perspectiva
diferente al abogar por la eliminación del Estado en favor de un sistema en el
que los servicios y funciones tradicionalmente gestionados por el gobierno sean
proporcionados por el mercado y las empresas privadas. Este sorprendente
enfoque combina elementos del anarquismo, como el rechazo del Estado y de toda
autoridad coercitiva, con elementos del capitalismo, como la defensa de la
propiedad privada y la libertad de mercado.
Resulta
importante aquí señalar que, para este capitalismo libertario, como lo ha
afirmado Javier Milei en la 54ª Reunión Anual del Foro Económico Mundial de
Davos, las ofertas políticas generalmente aceptadas en la mayoría de los países
occidentales no son otra cosa que variantes colectivistas, bajo distintos
nombres o formas. Estas ofertas políticas comprenden desde comunistas,
socialistas o neomarxistas (incluyendo feministas y ecologistas), hasta
socialdemócratas, demócratas cristianos, neokeynesianos, progresistas,
populistas, nacionalistas o globalistas. Milei afirma que, en el fondo, no hay
diferencias sustantivas entre todas ellas, ya que todas sostienen que el Estado
debe dirigir todos los aspectos de la vida de los individuos.
En
cambio, para el ecologismo, el factor que unifica a todas las ofertas
políticas, incluido el anarcocapitalismo, no es su posición sobre el Estado,
sino el credo productivista que todas ellas profesan. Parafraseando a Jonathon
Porritt, [1] se puede afirmar que este factor común es
de mayor significación que las diferencias que existen entre ellas y es el que
lo erige como alternativa real al sistema-mundo productivista.
De
esta manera el amplio y heterogéneo grupo de corrientes de pensamiento
productivista, tanto las que se desprenden del conservadurismo, como las del liberalismo
o el socialismo coinciden en hacer suya la doctrina mecanicista, en
adoptar una posición antropocéntrica y una actitud imperial respecto del mundo
natural, y en promover una ética materialista como el mejor medio de satisfacer
las necesidades de la gente (Porritt, 1984). Coinciden en su visión
economicista, su rechazo a la existencia de límites para el crecimiento y su noción
de progreso definido por un patrón de cambio en la historia de la humanidad constituido
por cambios irreversibles orientados siempre en un mismo sentido, y que dicho
sentido se encamina hacia algo mejor. [2] En definitiva, es el credo productivista el
que les impide advertir que no existe diferencia apreciable en cuanto a la
propiedad de los medios de producción si el proceso de producción en sí se basa
en suprimir los presupuestos de su misma existencia.[3]
Para
Porritt (1984) tanto capitalismo como comunismo están dedicados al crecimiento
industrial y la expansión de los medios de producción. Ambos insisten en que el
planeta está ahí para ser conquistado, que lo grande es evidentemente bello, y
que lo que no se puede medir no tiene importancia. Ambos sistemas, como se
afirma en los textos fundacionales de los verdes franceses, privilegian la
producción y descansan sobre la esclavitud del trabajo asalariado como fuente
de riqueza y como valor de referencia ético. Ambos tienden a un economismo
reductor donde se olvida la dimensión humana (Les Verts, 1984: 14). En
definitiva, para ambos, como afirma Castoriadis, [4] lo que se encuentra en el centro de los
intereses de la humanidad es la satisfacción de las necesidades materiales.
Frente
a ello, Florent Marcellesi sostiene que la crisis ecológica ha alcanzado una
magnitud tal que la oposición entre capital y trabajo ya no es determinante. Lo
crucial es la orientación de la producción. En otras palabras, la crisis
ecológica es el resultado de la contradicción existente entre capital y
naturaleza, contradicción que realmente impide la reproducción del sistema y,
más aún, amenaza la supervivencia humana. Por estas razones, está llamada a
convertirse en el factor determinante de las luchas y conflictos sociales, lo
que le confiere carácter revolucionario y centralidad social, política y
económica. Esto torna anacrónicas a las diversas teorías desarrollistas y
crecimientistas que se desprenden del tronco común superideológico productivista,
las cuales, tarde o temprano, colisionan con los límites biofísicos del
crecimiento, definidos por las capacidades de reproducción y asimilación
presentes en el mundo natural. Estos límites no pueden ser rebasados sin
desatar verdaderas crisis ecosociales globales que nos colocan en un rumbo
insostenible.
Sobre
la primera contradicción (capital-trabajo), se ha desarrollado la tradicional
división en el debate ideológico entre izquierda y derecha. Sobre la segunda
contradicción (capital-naturaleza), ha surgido una nueva división entre las
visiones productivistas y antiproductivistas: entre quienes, pese a todos los
datos y evidencias en contra, siguen tercamente aferrados a su fantasía de
progreso ilimitado y quienes, conscientes de las restricciones cuantitativas
del ambiente mundial y de las consecuencias trágicas de exceder los límites
biofísicos, exigen una transformación profunda de la vida material, de la
manera misma de producir, consumir y compartir la vida en la comunidad.
Por
lo anterior, Marcellesi plantea la necesidad de superar el análisis
bidimensional clásico definido por los ejes izquierda/derecha y
autoritarismo/democracia, para evolucionar hacia un esquema tridimensional
mediante la incorporación de un tercer eje que corresponde a la dialéctica
productivismo/antiproductivismo, eje estructurante y autónomo de la Ecología
Política. [5]
Una
Ecología Política que, como propone Alain Lipietz, es capaz de superar la única
crítica del “¿cuánto cuesta?” y “¿cuánto ganan?” y plantearse “¿para qué
sirve?” y “¿cuál es el sentido de este trabajo?”. [6] Lipietz, sostiene que la Ecología Política,
además del oikos (casa) y del logos (estudio), es la polis,
es decir, el lugar donde los ciudadanos discuten y toman las decisiones; en
consecuencia, la Ecología Política es el lugar donde se delibera sobre el
sentido de lo que hacemos en casa. [7]
La
preocupación por la opresión y la dominación en todas sus formas; el
cuestionamiento de las relaciones de poder en la sociedad; la crítica de la
superideología dominante, responsable última de la explotación de la naturaleza
y las personas; la búsqueda de formas de transformar las relaciones de poder y
de abandonar la razón productivista; la preocupación por el papel de la cultura
y las instituciones en la creación y reproducción de las crisis ecosociales; y
la búsqueda de la transformación de la sociedad y sus relaciones con la
naturaleza convierten a la Ecología Política en la teoría crítica del
sistema-mundo productivista. Al adoptar una nueva manera de entender y dar
sentido al mundo que nos rodea, es posible asumir también a la Ecología
Política como cosmovisión. Finalmente, al desarrollar un conjunto de creencias,
valores, ideas y supuestos que sustentan y justifican las prácticas y políticas
del ecologismo, que pueden extenderse a la sociedad, es posible asumirla como
ideología.
Como
sostenía André Gorz, [8] la Ecología Política no busca un
productivismo que se adapte a los “inconvenientes ecológicos”, sino que plantea
la necesidad de un cambio radical económico, social y cultural que elimine los
problemas del productivismo. Propone una transformación profunda en la sociedad
y sus relaciones con la naturaleza, estableciendo una nueva relación entre los
seres humanos, la comunidad y con el resto de la naturaleza. En este sentido,
la Ecología Política, como fuera mencionado, puede definirse como una
cosmovisión, ideología y teoría crítica que surge de la toma de conciencia de
los límites naturales para el crecimiento y de las graves consecuencias
ecosociales de exceder dichos límites. Complejidad ecológica, entropía y
finitud material son las condiciones que impiden a cualquier subsistema físico
abierto, como la economía, expandirse indefinidamente dentro de un sistema
finito, no creciente y materialmente cerrado como lo es nuestro planeta. La
existencia de tales límites biofísicos implica que, tarde o temprano, el
crecimiento económico se detendrá, y esto ocurrirá mucho antes de lo esperado
si la economía se expande de manera exponencial.
Para
el ecologismo, el crecimiento económico se ve impedido no tanto por razones
sociales, como las relaciones de producción restrictivas (marxismo) o la falta
de libertad de mercado (liberalismo), sino fundamentalmente debido a las
propias limitaciones de la Tierra.
Es
esta toma de conciencia sobre la existencia de límites biofísicos la que conduce
a una revisión fundamental de la conducta humana y a proponer un cambio del
paradigma superideológico productivista por uno ecosocial, que sustente una
sociabilidad convivencial y un desarrollo verdaderamente sostenible, basados en
los principios de justicia ecosocial, democracia participativa, respeto por la
diversidad, no-violencia y sabiduría ecológica.
Definir
el rol del Estado o directamente cuestionar su existencia sin desprenderse del
productivismo no puede aportar soluciones a las globalizadas crisis ecosociales
que hoy se han transformado en el verdadero problema de la humanidad. Y no
pueden hacerlo porque la destrucción ecológica está integrada en la naturaleza
y lógica del sistema-mundo productivista que conduce a confiar en que siempre
seremos capaces de sustituir los recursos naturales o las fuentes de energía
agotadas con nuevos recursos; en creer que podemos seguir con estilos de vida
insostenibles esperando que siempre habrá alguien que inventará una solución; o
que el mercado resolverá los problemas y crisis ecosociales que él mismo mercado
genera.
Poco y nada es lo que se ha hecho por
cambiar el rumbo y todo se ha hecho por seguir acelerando en la senda
equivocada, abriendo las puertas al mayor de los males que se puede cernir
sobre la humanidad: que sea el planeta, la naturaleza misma, la que detenga la
sinrazón productivista.
Más allá de la palabrería de los
fundamentalistas del productivismo con su negacionismo, desmesura y apología de
la extralimitación, la realidad indica que continuamos en curso de colisión
contra los límites biofísicos del planeta, que sin duda existen, están próximos
y que la omnipotencia productivista no podrá eludir.
La gravedad de las entrelazadas crisis
ecológicas y sociales exige tomar consciencia sobre las restricciones
cuantitativas del ambiente mundial y sobre las consecuencias trágicas de los
excesos, exige desarrollar “nuevas formas de pensamiento que conduzcan a una
revisión fundamental de la conducta humana y, en consecuencia, de la estructura
entera de la sociedad actual” [9],
exige una transformación profunda de la vida material, de la manera misma de
producir, consumir y de compartir la vida en comunidad, tal como lo propone la
Ecología Política. [10]
Al
habernos referido a la gravedad de las crisis ecosociales que enfrentamos,
resulta conveniente fundamentar esta afirmación. Para el ecologismo, tal como
aconteciera en algunas sociedades del pasado, el sistema-mundo productivista
actual se está debilitando en un proceso acelerado de declive que amenaza con
transformarse en colapso. Nos toca enfrentar así uno de los momentos más
críticos en la historia de la humanidad. En muchas sociedades del pasado, [11] las poblaciones, al destruir los recursos
naturales de los que dependían, no advirtieron a tiempo que se encaminaban a su
desaparición. Jared Diamond (2005) [12] ha identificado ocho procesos causales del
declive de estas sociedades, cuya importancia relativa difiere de un caso a
otro: deforestación y destrucción del hábitat; problemas de gestión del suelo
(erosión, salinización y pérdida de fertilidad); problemas de gestión del agua;
abuso de la caza; sobrepesca; introducción de especies exóticas invasoras;
crecimiento de la población humana y aumento del impacto per cápita de
las personas.
En
la actualidad, además de estos ocho procesos, se presentan cuatro nuevos
procesos antropogénicos que agravan la situación: cambio climático global,
concentración de productos químicos tóxicos en el ambiente, escasez de fuentes
de energía y agotamiento de la capacidad fotosintética de la Tierra. Estos doce
procesos, interactuando y reforzándose mutuamente, configuran una situación
crítica sin precedentes, no solo por la velocidad, nivel y profundidad con la
que agotamos los recursos naturales y deterioramos nuestro hábitat, sino
porque, a diferencia de anteriores civilizaciones, la civilización moderna es
global. No quedan ecosistemas vírgenes ni nuevas fronteras a donde las personas
puedan huir masivamente del deterioro ambiental y recuperarse de las graves
consecuencias de las crisis ecosociales globalizadas, que además de las aquí
detalladas incluyen un imparable proceso de concentración de la riqueza.
Como
puede comprenderse, se ha establecido una contradicción fundamental entre
capital y naturaleza que impide la reproducción del sistema y amenaza la
supervivencia humana. Esta contradicción está llamada a convertirse en un
determinante crucial de las luchas y conflictos sociales.
Frente
a todo lo anterior, deberíamos preguntarnos: ¿por qué estamos destruyendo la
casa común? Esta pregunta, aunque sencilla de enunciar, es de enorme
complejidad e importancia. Como bien lo plantean Magdoff y Foster, [13] sin una respuesta satisfactoria a esta
interrogante, será imposible encontrar soluciones reales y duraderas a la
situación crítica que enfrentamos. Soluciones que no podremos encontrar si
seguimos pensando que cualquier problema o crisis puede resolverse mediante la
interacción “virtuosa” de ciencia, tecnología, mercado e industria, tal como
razonan las diferentes vertientes del productivismo.
Por
el contrario, el ecologismo sostiene que la destrucción de la casa común está
integrada en la naturaleza y lógica de funcionamiento del sistema
socioeconómico productivista y lo hace basado en reconocer la existencia de
límites biofísicos para el crecimiento económico y las muy graves consecuencias
que acarrea rebasar estos límites; responsabilizando a la superideología
productivista, de ser el motor que impulsa a un choque contra tales
límites, a partir de lo cual, propone una nueva noción de progreso, al que se
asume como sinónimo de la capacidad de adaptación a aquellos límites que no
deben ser rebasados.
Con
la Ecología Política emerge una verdadera alternativa a los dos sistemas
dominantes de los últimos siglos, una alternativa que, como lo afirma
Marcellesi (2008), se basa en el rechazo al productivismo fuera de la
dicotomía capitalista-comunista, es decir, una nueva ideología diferenciada y
no subordinada a ninguno de los dos bloques, con un objetivo claro: cambiar
profundamente la sociedad.
* Ingeniero Forestal.
Ex Secretario de Ambiente y Desarrollo Sostenible. Autor del libro: El camino
de la transición: del productivismo a la convivencialidad.
[1] Porritt, J.
(1984). Seeing Green. Oxford: Blackwell.
[2] Pollard, S. (1968). The Idea of Progress. Londres: C. A. Watts.
[3]
Dobson, A. (1997): Pensamiento político verde, una nueva ideología para el
siglo XXI, Barcelona, Paidós Ibérica.
[4]
Castoriadis, C. (2008). Ventana al caos, FCE
Argentina, Buenos Aires, p. 92.
[5]
Marcellesi, F. (2006). “Ecología Política: génesis,
teoría y praxis de la ideología verde”. Cuadernos Bakeaz 85.
[6]
Lipietz, A. (2006): Del rojo al verde: autorretrato de Alain Lipietz.
Disponible en: https://ecopolitica.org/del-rojo-al-verde-autorretrato-de-alain-lipietz/
[7]
Lipietz, A. (2000): “Qu’est-ce
que l’écologie politique?”; ponencia presentada en Saint-Denis (Francia),
disponible en http://lipietz.net/spip.php?article212
[8]
Gorz, A. “Su ecología y la nuestra”, Ecología
y política: 1-24. 1974.
[9] Meadows, D.- Meadows, D - Randes,
J. - Behrens, W. Los límites del
crecimiento. México: FCE. 1972
[10] Merenson, C. Para
una definición de Ecología Política. 2021. Documento electrónico: https://laereverde.com/2021/10/23/para-una-definicion-de-ecologia-politica-su-ecologia-y-la-nuestra-en-el-siglo-xxi/
2021
[11]
Ejemplos de tales sociedades citados por Jared Diamond (2005) son: los anasazi
y los cahokia dentro de las fronteras del actual Estados Unidos; las ciudades
mayas de América Central; las culturas moche (o mochica) y tiahuanaco de
América del Sur; la Grecia micénica y la Creta minoica en Europa; el Gran Zimbabwe
y Meroe en África; Angkor Vat y las ciudades harappa del valle del Indo en Asia
y la isla de Pascua en el océano Pacífico.
[12] Diamond, J. (2005). Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Debate
[13] Magdoff, F y Foster, J. B. (2010). Lo que todo ambientalista necesita saber sobre capitalismo. Monthly Review Volumen 61, número 10. Traducción al español: Observatorio Petrolero Sur

Comentarios
Publicar un comentario