UN DESAFÍO REVOLUCIONARIO:
DESMONTAR Y DESENMASCARAR LAS FALACIAS DE LA SINRAZÓN PRODUCTIVISTA
Donde
existen equilibrios - como es el caso de los sistemas que hacen posible la vida
en el planeta - necesariamente existen límites. Se podría pensar entonces que
el reconocimiento de límites naturales, particularmente aquellos tan obvios
como los vinculados con las existencias finitas de recursos naturales,[1] es una
cuestión fuera de toda discusión, pero ello está muy lejos de ser cierto.
En
una verdadera embriaguez fáustica el ideal productivista ha hecho caso omiso de
las restricciones que impone el ambiente a los insostenibles estilos de vida y
sus inherentes modelos de producción y consumo. Tanto aquellos que detentan
riqueza y poder - cegados por el afán de lucro - como aquellos que los
enfrentan sin haberse desprendido de sus escorias productivistas, ignoran o
prefieren ignorar que los sistemas que hacen posible la vida en el planeta
Tierra dependen de complejos equilibrios naturales.
Frente
a las denuncias del ecologismo, basadas en información científica, sobre las
tendencias de las principales variables que apuntan inequívocamente hacia la
insostenibilidad, las élites del poder económico, las dirigencias políticas
productivistas y sus tecnoburocracias, sin el menor fundamento científico, tachan estas denuncias de anticientíficas y catastrofistas; insistiendo tercamente
en mantener el insostenible rumbo actual, proyectando una infundada visión
optimista sobre el futuro de la humanidad, renunciando a saber, negándose a asumir las consecuencias de los propios
actos, sintiéndose tecnocráticamente omnipotentes y confiando
ciegamente en una metáfora que carece de base científica
objetiva y comprobable como lo es la existencia de una "mano
invisible" del mercado.
La mayor parte del andamiaje económico del productivismo resulta materia opinable, desde creer que todo puede entenderse como un mercado y -como fuera mencionado- que este se manifiesta como una "mano invisible", hasta considerar a la economía como un sistema mayor y cerrado, asumir que los agentes económicos siempre actúan racionalmente, considerar al crecimiento como el objetivo central de la economía, ver al consumo como la única opción racional para satisfacer necesidades y considerar que las diferentes formas de capital son intercambiables entre sí.
Edificada sobre un conjunto de argumentos que
parecen validos pero que en realidad no lo son, la razón productivista se ha
transformado en una sinrazón, en una amenaza para los sistemas sociales y los
sistemas naturales que sostienen la vida en la casa común.
En contraposición, las bases sobre las que se
estructura la Ecología Política pueden ser consideradas como hechos comprobados
y aceptados universalmente, sin espacio para interpretaciones subjetivas, tal
como es el caso de considerar que existen estrictos límites biofísicos para el
crecimiento y ello porque tres condiciones respaldadas por la evidencia y
consenso científico son las que determinan la existencia de tales límites: la
entropía con su tendencia a la irreversibilidad, la complejidad ecológica con
sus ciclos y equilibrios, y la finitud de la Tierra.
La “entropía” es una magnitud física utilizada
para medir el grado de desorden de un sistema. Según la segunda ley de la
termodinámica, en un sistema aislado, la entropía tiende a aumentar con el
tiempo. Esto implica que los procesos naturales tienden a moverse hacia un
estado de mayor desorden, lo que conlleva una disminución de la energía
disponible para su transformación en trabajo útil. Este principio tiene una
sólida base teórica y una gran cantidad de evidencia experimental, por lo que
es un hecho científicamente comprobado y no sujeto a interpretaciones
subjetivas.
Desde un punto de vista científico, la
existencia de la “complejidad ecológica” y su importancia son hechos
indiscutibles. La ecología ha demostrado que los ecosistemas son sistemas
complejos con múltiples niveles de organización, interacciones y procesos.
Estos aspectos son observables y medibles a través de estudios ecológicos, y
existe un amplio consenso sobre la existencia de tales complejidades en los
ecosistemas. Por lo tanto, la existencia de la complejidad ecológica no es
materia opinable.
La Tierra es finita en términos de sus
recursos físicos y espacio. Posee una dotación limitada de recursos naturales,
cuya capacidad de regeneración también es limitada. Asimismo, la disponibilidad
de fuentes de energía (especialmente combustibles fósiles) es finita, y la
capacidad de absorción de contaminantes y la superficie terrestre para el
desarrollo humano, la agricultura y la conservación de la naturaleza también
son limitadas. La Tierra no puede crecer en tamaño ni generar nuevas cantidades
significativas de recursos básicos como minerales, agua dulce y combustibles
fósiles. Estos recursos son limitados y su disponibilidad está sujeta a las
leyes de la conservación de la masa y la energía. Además, la Tierra es
esencialmente un sistema cerrado en términos materiales, lo que significa que
no intercambia materia con el espacio exterior, excepto por la pequeña cantidad
de materia que entra (meteoritos) o sale (gases volátiles) del sistema. En resumen, el hecho de que la Tierra es finita, no creciente y
materialmente cerrada es indiscutible desde un punto de vista científico.
De todo lo anterior se concluye que la
existencia de límites biofísicos para el crecimiento, lejos de ser materia
opinable, es un hecho indiscutible en términos científicos. de lo anterior se desprende que la
economía, como subsistema abierto en sus dimensiones físicas, no puede
expandirse permanentemente dentro de un sistema finito, no creciente y
materialmente cerrado como es el planeta que habitamos. El crecimiento
económico se ve impedido entonces, no por razones sociales —tales como
relaciones de producción restrictivas (marxismo) o por la falta de libertad de
mercado (liberalismo)—, sino porque la Tierra misma tiene una capacidad
productiva limitada en cuanto a recursos, disponibilidad finita de fuentes de
energía, capacidad natural limitada para regenerar y proporcionar recursos
energéticos, capacidad también limitada de absorción y asimilación de la
contaminación, y límites en cuanto a la degradación ecológica. Son estos
límites biofísicos los que determinan que, tarde o temprano, el crecimiento
económico se detendrá, y lo hará mucho antes de lo esperado si la expansión de
la economía se torna exponencial.
Para
las diferentes corrientes del productivismo las denuncias sobre el grave estado
de la casa común y las advertencias sobre el futuro previsible, antes que ser
asumidas como claras señales que llaman a cambiar a tiempo el rumbo
insostenible que llevamos, son asumidas como argumentos que solo sirven para
alimentar una cadena de desánimo. Su infundado optimismo podría resumirse en la
que bien puede ser su frase de cabecera: “a producir y consumir, que lo demás
no importa”.
No
importa, por ejemplo, que nos encontremos frente al irreversible declive del
modelo energético industrial avanzado, cuyo derrumbe, como lo
sostiene Walter
Youngquist, [2]
tendrá
un impacto mundial que sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora. No
importa que sigan avanzando graves procesos disruptivos que han adquirido
escala global, como las interferencias antropógenas peligrosas en el sistema
climático; la degradación y pérdida de los componentes de la
diversidad biológica; el agotamiento de los recursos naturales; la
creciente concentración de productos tóxicos en el ambiente y la merma en la
disponibilidad de agua dulce y tierras arables.
Mientras
el productivismo considera que los comportamientos poco amigables con el resto
del mundo natural obedecen a actitudes personales, al mal empleo de las
herramientas técnicas o a interferencias en el libre funcionamiento de los
mercados, para el ecologismo, el deterioro de la casa común se origina en la
hegemónica sinrazón productivista, con su desconocimiento o interesada
ignorancia de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las
consecuencias trágicas de exceder tales restricciones.
Parafraseando
a Francisco Chico Whitaker, [3] podemos afirmar que el ecologismo no
participa en una batalla del 99% de la población contra el 1% de los poderosos,
sino que forma parte de una minoría de críticos que luchan para que las grandes
mayorías tomen conciencia y puedan enfrentar la sinrazón de esas minorías que
dirigen y se benefician del sistema-mundo productivista.
La
tarea del ecologismo consiste en ayudar a la gente a darse cuenta de que, como
todo sistema complejo, el sistema-mundo productivista ha llegado a ser tan
críticamente inestable que de una manera u otra tiene que iniciar un proceso de
cambio, en otras palabras, el sistema ha alcanzado su punto de caos; a
partir del cual, cualquier intento por regresar al modelo anterior de
organización o funcionamiento no resulta posible,[4]
no resulta conducente cualquier intento de reforma y solo queda espacio para el
cambio. Intentar mantenernos en la senda del productivismo nos precipitará
hacia la decadencia e incluso, hacia la propia extinción, mientras que, si
somos capaces de abandonar definitivamente la superideología productivista,
abriremos las puertas a un verdadero proceso de cambio evolutivo de la
humanidad, "reaprendiendo" a vivir y a convivir, con los otros
y con el resto de la naturaleza.
El
ecologismo enfrenta sin concesiones la sinrazón productivista de las corrientes
de pensamiento de raíz neoconservadora; neoliberal y anarcocapitalistas;
mientras cuestiona los movimientos sociales y políticos que se asumen como
“progresistas” pero cuyas lógicas ideológicas aún descansan en postulados
economicistas que les impiden sumar, a la indispensable solidaridad
intrageneracional, los nuevos conceptos de solidaridad planetaria e
intergeneracional, advirtiendo que hoy no basta con luchar por la justicia
social, la soberanía política y la independencia económica, sino que además
resulta urgente y necesario luchar para poner freno al ecocidio seguido de
genocidio en el que nos encontramos inmersos, porque, aun cuando pueda parecer
una perogrullada, para resolver todos y cada uno de los problemas y crisis
ecosociales, la precondición básica es que estemos vivos y es esta cuestión, la
de la supervivencia como sentido de crisis, de urgencia, aquello que abre las
puertas a lo nuevo y verdaderamente diferente en materia de teoría y praxis política.
El ecologismo -siguiendo a Iván Illich-[5] propone
reconfigurar la relación entre el hombre, la herramienta y la sociedad,
utilizando herramientas al servicio de una sociabilidad convivencial en la que
el ser humano tenga el control de la herramienta. [6] Una sociedad que fomente la
autonomía y creatividad de sus miembros con herramientas que no sean fácilmente
controlables por los demás. Tal como lo sostiene Illich el ecologismo se opone
al sueño y el deseo de no limitación por lo razonable y la necesaria
autolimitación. Su llamamiento es a valor el vivir bien, juntos en la
equidad y a luchar contra la servidumbre del hombre por las herramientas dando prioridad
a la sociedad para terminar con el desorden histórico provocado por la
prioridad otorgada a la economía.
Persuadido
de que existen muchas fuentes de satisfacción diferentes de la adquisición y
consumo material, el ecologismo político propone un cambio cultural que se
centre en el crecimiento personal y en el trabajo socialmente útil. Una
sociedad de nuevo tipo que se apoye en una nueva economía que no sea impulsada
por las fuerzas del beneficio o del mercado y que se centre en las pequeñas
economías locales, autosuficientes y en gran medida independientes de la
economía mundial. Una sociedad en la que florezcan todas las formas de
cooperación y de participación, permitiendo a la gente en las comunidades
pequeñas tomar el control de su propio desarrollo.
El
ecologismo propone abandonar la actual economía de siempre “más” para
evolucionar a una economía de lo “suficiente”, una economía que funcione en el
espacio seguro delimitado por los elementos básicos de la vida que no deberían
faltarle a nadie y por los techos ecológicos del planeta.[7]
Una economía en la cual, los principios de la ecología, definan el marco para
la formulación de la política económica y ello a partir de la interacción de
tres conceptos básicos e interrelacionados: a-crecimiento (decrecimiento
del mundo industrializado y crecimiento hasta el equilibrio definido por las
biocapacidades en el sur global); economía de estado estacionario en
equilibrio dinámico y enfoque entrópico de la economía.
Muchos
pueden pensar que las propuestas del ecologismo son solo buenas intenciones o
calificarlas como utopías, pero la verdadera utopía es imaginar que es posible
un infinito crecimiento económico en un planeta finito, la verdadera utopía es
creer que podemos seguir en la misma dirección sin marchar hacia la
autodestrucción. Parafraseando a Iván Illich se puede afirmar que: de agravarse
la crisis ecosocial global, los planteos y propuestas del ecologismo político,
imposibles y utópicos bajo la sinrazón productivista, mostrarán como lo imposible
puede hacerse posible y lo utópico puede revelar su realismo extremo.
En
1945, George Orwell se refería a su tiempo afirmando que: ahora hemos caído
a tal profundidad que la actualización de lo obvio es el primer deber de los
hombres inteligentes.[8] Vivimos tiempos en los que, una vez más,
resulta indispensable la actualización de lo obvio. Tiempos en los que, como
afirmaba el padre de la bioeconomía, Nicholas Georgescu-Roegen, lo obvio debe
ser enfatizado porque ha sido ignorado durante largo tiempo.
Hoy le toca al ecologismo desarrollar una tarea revolucionaria enfatizando lo obvio, mostrando y explicando obviedades largamente olvidadas, destacando lo evidente y -en definitiva- desenmascarando y desmontando todas y cada una de las falacias que sostienen la sinrazón productivista. Solo así se podrán abrir las puertas a la urgente y necesaria transición hacia una sociabilidad convivencial y un desarrollo verdaderamente sostenible.
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