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UN DESAFÍO REVOLUCIONARIO

UN DESAFÍO REVOLUCIONARIO: 

DESMONTAR Y DESENMASCARAR LAS FALACIAS DE LA SINRAZÓN PRODUCTIVISTA

Carlos Merenson






Donde existen equilibrios - como es el caso de los sistemas que hacen posible la vida en el planeta - necesariamente existen límites. Se podría pensar entonces que el reconocimiento de límites naturales, particularmente aquellos tan obvios como los vinculados con las existencias finitas de recursos naturales,[1] es una cuestión fuera de toda discusión, pero ello está muy lejos de ser cierto.

En una verdadera embriaguez fáustica el ideal productivista ha hecho caso omiso de las restricciones que impone el ambiente a los insostenibles estilos de vida y sus inherentes modelos de producción y consumo. Tanto aquellos que detentan riqueza y poder - cegados por el afán de lucro - como aquellos que los enfrentan sin haberse desprendido de sus escorias productivistas, ignoran o prefieren ignorar que los sistemas que hacen posible la vida en el planeta Tierra dependen de complejos equilibrios naturales.

Frente a las denuncias del ecologismo, basadas en información científica, sobre las tendencias de las principales variables que apuntan inequívocamente hacia la insostenibilidad, las élites del poder económico, las dirigencias políticas productivistas y sus tecnoburocracias, sin el menor fundamento científico, tachan estas denuncias de anticientíficas y catastrofistas; insistiendo tercamente en mantener el insostenible rumbo actual, proyectando una infundada visión optimista sobre el futuro de la humanidad, renunciando a saber, negándose a asumir las consecuencias de los propios actos, sintiéndose tecnocráticamente omnipotentes y confiando ciegamente en una metáfora que carece de base científica objetiva y comprobable como lo es la existencia de una "mano invisible" del mercado.

La mayor parte del andamiaje económico del productivismo resulta materia opinable, desde creer que todo puede entenderse como un mercado y -como fuera mencionado- que este se manifiesta como una "mano invisible", hasta considerar a la economía como un sistema mayor y cerrado, asumir que los agentes económicos siempre actúan racionalmente, considerar al crecimiento como el objetivo central de la economía, ver al consumo como la única opción racional para satisfacer necesidades y considerar que las diferentes formas de capital son intercambiables entre sí.

Edificada sobre un conjunto de argumentos que parecen validos pero que en realidad no lo son, la razón productivista se ha transformado en una sinrazón, en una amenaza para los sistemas sociales y los sistemas naturales que sostienen la vida en la casa común.

En contraposición, las bases sobre las que se estructura la Ecología Política pueden ser consideradas como hechos comprobados y aceptados universalmente, sin espacio para interpretaciones subjetivas, tal como es el caso de considerar que existen estrictos límites biofísicos para el crecimiento y ello porque tres condiciones respaldadas por la evidencia y consenso científico son las que determinan la existencia de tales límites: la entropía con su tendencia a la irreversibilidad, la complejidad ecológica con sus ciclos y equilibrios, y la finitud de la Tierra.

La “entropía” es una magnitud física utilizada para medir el grado de desorden de un sistema. Según la segunda ley de la termodinámica, en un sistema aislado, la entropía tiende a aumentar con el tiempo. Esto implica que los procesos naturales tienden a moverse hacia un estado de mayor desorden, lo que conlleva una disminución de la energía disponible para su transformación en trabajo útil. Este principio tiene una sólida base teórica y una gran cantidad de evidencia experimental, por lo que es un hecho científicamente comprobado y no sujeto a interpretaciones subjetivas.

Desde un punto de vista científico, la existencia de la “complejidad ecológica” y su importancia son hechos indiscutibles. La ecología ha demostrado que los ecosistemas son sistemas complejos con múltiples niveles de organización, interacciones y procesos. Estos aspectos son observables y medibles a través de estudios ecológicos, y existe un amplio consenso sobre la existencia de tales complejidades en los ecosistemas. Por lo tanto, la existencia de la complejidad ecológica no es materia opinable.

La Tierra es finita en términos de sus recursos físicos y espacio. Posee una dotación limitada de recursos naturales, cuya capacidad de regeneración también es limitada. Asimismo, la disponibilidad de fuentes de energía (especialmente combustibles fósiles) es finita, y la capacidad de absorción de contaminantes y la superficie terrestre para el desarrollo humano, la agricultura y la conservación de la naturaleza también son limitadas. La Tierra no puede crecer en tamaño ni generar nuevas cantidades significativas de recursos básicos como minerales, agua dulce y combustibles fósiles. Estos recursos son limitados y su disponibilidad está sujeta a las leyes de la conservación de la masa y la energía. Además, la Tierra es esencialmente un sistema cerrado en términos materiales, lo que significa que no intercambia materia con el espacio exterior, excepto por la pequeña cantidad de materia que entra (meteoritos) o sale (gases volátiles) del sistema. En resumen, el hecho de que la Tierra es finita, no creciente y materialmente cerrada es indiscutible desde un punto de vista científico.

De todo lo anterior se concluye que la existencia de límites biofísicos para el crecimiento, lejos de ser materia opinable, es un hecho indiscutible en términos científicos. de lo anterior se desprende que la economía, como subsistema abierto en sus dimensiones físicas, no puede expandirse permanentemente dentro de un sistema finito, no creciente y materialmente cerrado como es el planeta que habitamos. El crecimiento económico se ve impedido entonces, no por razones sociales —tales como relaciones de producción restrictivas (marxismo) o por la falta de libertad de mercado (liberalismo)—, sino porque la Tierra misma tiene una capacidad productiva limitada en cuanto a recursos, disponibilidad finita de fuentes de energía, capacidad natural limitada para regenerar y proporcionar recursos energéticos, capacidad también limitada de absorción y asimilación de la contaminación, y límites en cuanto a la degradación ecológica. Son estos límites biofísicos los que determinan que, tarde o temprano, el crecimiento económico se detendrá, y lo hará mucho antes de lo esperado si la expansión de la economía se torna exponencial.

Para las diferentes corrientes del productivismo las denuncias sobre el grave estado de la casa común y las advertencias sobre el futuro previsible, antes que ser asumidas como claras señales que llaman a cambiar a tiempo el rumbo insostenible que llevamos, son asumidas como argumentos que solo sirven para alimentar una cadena de desánimo. Su infundado optimismo podría resumirse en la que bien puede ser su frase de cabecera: “a producir y consumir, que lo demás no importa”.

No importa, por ejemplo, que nos encontremos frente al irreversible declive del modelo energético industrial avanzado, cuyo derrumbe, como lo sostiene Walter Youngquist, [2] tendrá un impacto mundial que sobrepasará todo cuanto se ha visto hasta ahora. No importa que sigan avanzando graves procesos disruptivos que han adquirido escala global, como las interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático; la degradación y pérdida de los componentes de la diversidad biológica; el agotamiento de los recursos naturales; la creciente concentración de productos tóxicos en el ambiente y la merma en la disponibilidad de agua dulce y tierras arables.

Mientras el productivismo considera que los comportamientos poco amigables con el resto del mundo natural obedecen a actitudes personales, al mal empleo de las herramientas técnicas o a interferencias en el libre funcionamiento de los mercados, para el ecologismo, el deterioro de la casa común se origina en la hegemónica sinrazón productivista, con su desconocimiento o interesada ignorancia de las restricciones cuantitativas del ambiente mundial y de las consecuencias trágicas de exceder tales restricciones.

Parafraseando a Francisco Chico Whitaker, [3]  podemos afirmar que el ecologismo no participa en una batalla del 99% de la población contra el 1% de los poderosos, sino que forma parte de una minoría de críticos que luchan para que las grandes mayorías tomen conciencia y puedan enfrentar la sinrazón de esas minorías que dirigen y se benefician del sistema-mundo productivista.

La tarea del ecologismo consiste en ayudar a la gente a darse cuenta de que, como todo sistema complejo, el sistema-mundo productivista ha llegado a ser tan críticamente inestable que de una manera u otra tiene que iniciar un proceso de cambio, en otras palabras, el sistema ha alcanzado su punto de caos; a partir del cual, cualquier intento por regresar al modelo anterior de organización o funcionamiento no resulta posible,[4] no resulta conducente cualquier intento de reforma y solo queda espacio para el cambio. Intentar mantenernos en la senda del productivismo nos precipitará hacia la decadencia e incluso, hacia la propia extinción, mientras que, si somos capaces de abandonar definitivamente la superideología productivista, abriremos las puertas a un verdadero proceso de cambio evolutivo de la humanidad, "reaprendiendo" a vivir y a convivir, con los otros y con el resto de la naturaleza.

El ecologismo enfrenta sin concesiones la sinrazón productivista de las corrientes de pensamiento de raíz neoconservadora; neoliberal y anarcocapitalistas; mientras cuestiona los movimientos sociales y políticos que se asumen como “progresistas” pero cuyas lógicas ideológicas aún descansan en postulados economicistas que les impiden sumar, a la indispensable solidaridad intrageneracional, los nuevos conceptos de solidaridad planetaria e intergeneracional, advirtiendo que hoy no basta con luchar por la justicia social, la soberanía política y la independencia económica, sino que además resulta urgente y necesario luchar para poner freno al ecocidio seguido de genocidio en el que nos encontramos inmersos, porque, aun cuando pueda parecer una perogrullada, para resolver todos y cada uno de los problemas y crisis ecosociales, la precondición básica es que estemos vivos y es esta cuestión, la de la supervivencia como sentido de crisis, de urgencia, aquello que abre las puertas a lo nuevo y verdaderamente diferente en materia de teoría y praxis política.

El ecologismo -siguiendo a Iván Illich-[5] propone reconfigurar la relación entre el hombre, la herramienta y la sociedad, utilizando herramientas al servicio de una sociabilidad convivencial en la que el ser humano tenga el control de la herramienta. [6] Una sociedad que fomente la autonomía y creatividad de sus miembros con herramientas que no sean fácilmente controlables por los demás. Tal como lo sostiene Illich el ecologismo se opone al sueño y el deseo de no limitación por lo razonable y la necesaria autolimitación. Su llamamiento es a valor el vivir bien, juntos en la equidad y a luchar contra la servidumbre del hombre por las herramientas dando prioridad a la sociedad para terminar con el desorden histórico provocado por la prioridad otorgada a la economía.

Persuadido de que existen muchas fuentes de satisfacción diferentes de la adquisición y consumo material, el ecologismo político propone un cambio cultural que se centre en el crecimiento personal y en el trabajo socialmente útil. Una sociedad de nuevo tipo que se apoye en una nueva economía que no sea impulsada por las fuerzas del beneficio o del mercado y que se centre en las pequeñas economías locales, autosuficientes y en gran medida independientes de la economía mundial. Una sociedad en la que florezcan todas las formas de cooperación y de participación, permitiendo a la gente en las comunidades pequeñas tomar el control de su propio desarrollo.

El ecologismo propone abandonar la actual economía de siempre “más” para evolucionar a una economía de lo “suficiente”, una economía que funcione en el espacio seguro delimitado por los elementos básicos de la vida que no deberían faltarle a nadie y por los techos ecológicos del planeta.[7] Una economía en la cual, los principios de la ecología, definan el marco para la formulación de la política económica y ello a partir de la interacción de tres conceptos básicos e interrelacionados: a-crecimiento (decrecimiento del mundo industrializado y crecimiento hasta el equilibrio definido por las biocapacidades en el sur global); economía de estado estacionario en equilibrio dinámico y enfoque entrópico de la economía.

Muchos pueden pensar que las propuestas del ecologismo son solo buenas intenciones o calificarlas como utopías, pero la verdadera utopía es imaginar que es posible un infinito crecimiento económico en un planeta finito, la verdadera utopía es creer que podemos seguir en la misma dirección sin marchar hacia la autodestrucción. Parafraseando a Iván Illich se puede afirmar que: de agravarse la crisis ecosocial global, los planteos y propuestas del ecologismo político, imposibles y utópicos bajo la sinrazón productivista, mostrarán como lo imposible puede hacerse posible y lo utópico puede revelar su realismo extremo.

En 1945, George Orwell se refería a su tiempo afirmando que: ahora hemos caído a tal profundidad que la actualización de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes.[8]  Vivimos tiempos en los que, una vez más, resulta indispensable la actualización de lo obvio. Tiempos en los que, como afirmaba el padre de la bioeconomía, Nicholas Georgescu-Roegen, lo obvio debe ser enfatizado porque ha sido ignorado durante largo tiempo.

Hoy le toca al ecologismo desarrollar una tarea revolucionaria enfatizando lo obvio, mostrando y explicando obviedades largamente olvidadas, destacando lo evidente y -en definitiva- desenmascarando y desmontando todas y cada una de las falacias que sostienen la sinrazón productivista. Solo así se podrán abrir las puertas a la urgente y necesaria transición hacia una sociabilidad convivencial y un desarrollo verdaderamente sostenible.


DESCARGAR ARCHIVO: https://drive.google.com/file/d/1MO4ty9Z6cVLnpcCOiit4eWkNUbhxXhbF/view?usp=drive_link



[1] Fundamentalmente aquellos recursos naturales que denominamos como “no renovables” y en cuanto a los “renovables” la restricción cuantitativa queda definida por sus respectivas tasas de regeneración natural.
[3] Documento electrónico (2014): http://redescristianas.net/cafe-con-chico-whitaker-si-uno-niega-a-la-izquierda-otros-acaban-ocupando-ese-espaciocamilo-s-baquero/

[4] Laszlo, E. (2006). El Punto de Caos: El mundo en la encrucijada. Hampton Roads Publishing Company

[5] Illich, I. (1978): “La Convivencialidad”, documento electrónico: https://www.traficantes.net/sites/default/files/Ivan%20Illich,%20La%20convivencialidad.pdf

[6] Illich emplea el término herramienta en un sentido amplio, como instrumento o como medio. Incluye a las instituciones productoras de servicios, la escuela, la institución médica, la investigación, los medios de comunicación o los centros de planificación. Su definición engloba todos los instrumentos razonados de la acción humana, todo objeto tomado como medio para un fin se convierte en herramienta. Hasta cierto punto, existen similitudes en el concepto de “herramienta” de Illich y el de “megamáquina” de Mumford (1967).

[7] Raworth, K. (2018) Economía rosquilla: Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI, Paidós, Barcelona. Raworth sostiene que existen elementos básicos de la vida que no deberían faltarle a nadie: alimento suficiente; agua limpia y un saneamiento adecuado; acceso a la energía y a unas instalaciones culinarias limpias; acceso a la educación y a la atención sanitaria; una vivienda digna; una renta mínima y un trabajo digno; y acceso a redes de información y a redes de apoyo social. Además, es necesario que todo ello se logre en un marco de igualdad de género, equidad social, participación política, paz y justicia. Por otro lado, tomando como referencia los nueve límites planetarios identificados por un equipo de científicos liderados por Johan Rockström y Will Steffen, sostiene que existe un techo ecológico, unas fronteras más allá de las cuales no deberíamos seguir ejerciendo presión sobre el planeta si pretendemos salvaguardar la estabilidad de nuestro hogar común.

[8] Esta cita proviene del ensayo de Orwell: "Notes on Nationalism".


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