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CUARTO CUADERNO DE ECOLOGÍA POLÍTICA - PARTE 1

 

La Ecología Política como teoría crítica del sistema-mundo productivista




Carlos Merenson

 


Resumen del Volumen IV de los Cuadernos de Ecología Política

Las tres partes en las que se divide el cuarto volumen de los Cuadernos de Ecología Política analizan críticamente el sistema-mundo productivista, examinando sus bases ideológicas, económicas y su materialización en el extractivismo. Se cuestiona la sostenibilidad de este modelo, exponiendo sus impactos negativos a nivel social, económico y ambiental. Las tres partes convergen en una crítica profunda al sistema-mundo productivista, argumentando que sus bases ideológicas, económicas y prácticas son insostenibles y conducen a una crisis ecosocial global. Se subraya la urgencia de un cambio de paradigma que reemplace la razón productivismo por una razón ecosocial capaz de guiarnos hacia una sociabilidad convivencial y un desarrollo verdaderamente sostenible.

Parte 1 - Conceptos, creencias e ideas obsoletas y peligrosas



Resumen de la Parte 1 del Volumen IV

Esta Parte 1 del cuarto volumen de los Cuadernos es un análisis crítico del sistema-mundo productivista, particularmente de sus cimientos ideológicos que se basan en conceptos como el antropocentrismo, la Tradición Imperial, la tecnolatría, el fundamentalismo de mercado, la ilusión neolítica, el crecimientismo, el consumismo, el darwinismo social, el militarismo y el negacionismo ambiental. Se explora las consecuencias negativas de estos conceptos para la integridad de los sistemas de apoyo para la vida y la supervivencia de la humanidad. Además, se exponen ejemplos concretos de la praxis negacionista ambiental y se critica la postura anarcocapitalista, que sostiene que el mercado y la tecnología pueden resolver todos los problemas, incluyendo las crisis ecológicas.

NOTA: Edición y corrección en interacción con IA

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Productivismo: Una Crítica desde la Ecología Política

El productivismo, entendido como la subordinación de la vida al crecimiento ilimitado de la producción y el consumo, ha sido un rasgo definitorio de la modernidad industrial, tanto en sus variantes capitalistas como socialistas. Este paradigma ha moldeado nuestras instituciones, imaginarios y relaciones con la naturaleza, llevándonos a una crisis civilizatoria que amenaza tanto la estabilidad ecológica como la cohesión social.

Desde la ecología política, se señala que este modelo no solo explota recursos naturales más allá de sus límites, sino que también genera una alienación profunda en las personas. André Gorz observó que el productivismo transforma las necesidades humanas en artificios creados por el mercado, perpetuando una dinámica de insatisfacción constante. Este proceso no responde a necesidades reales, sino a una maquinaria social que demanda crecimiento perpetuo, independientemente de sus consecuencias.

En esta lógica de crecimiento sin fin, Barry Commoner destacó cómo el modelo industrial moderno ha roto los equilibrios naturales, sustituyendo ciclos cerrados de uso y reciclaje por un sistema lineal de extracción, producción y desecho. Este desequilibrio no es solo técnico, sino estructural, ya que el productivismo se basa en la falsa idea de que los recursos son ilimitados y que la biosfera puede absorber indefinidamente los desechos generados.

La perspectiva biofísica, como la de Nicholas Georgescu-Roegen, refuerza esta crítica al señalar que la economía productivista ignora las leyes de la termodinámica. La entropía, inevitable en cualquier proceso de transformación energética, subraya la finitud de los recursos y la imposibilidad de un crecimiento infinito en un planeta limitado. Persistir en este paradigma no solo acelera el agotamiento de los recursos, sino que también perpetúa desigualdades, ya que las sociedades más vulnerables son las primeras en sufrir las consecuencias de la crisis ecológica.

Pero la crítica al productivismo no se detiene en el ámbito material. Cornelius Castoriadis amplía el análisis al plano simbólico, identificando al crecimiento ilimitado como una pieza clave del imaginario social moderno. Este imaginario otorga un estatus casi sagrado al progreso material, subordinando valores como la autonomía y la convivencia comunitaria a una lógica de acumulación que aliena tanto a las personas como a las sociedades. De manera similar, Iván Illich enfatizó cómo las herramientas e instituciones que prometen emanciparnos terminan por volverse despóticas, imponiendo relaciones de dependencia que anulan la creatividad y la capacidad de autogestión.

Frente a esta dinámica, el decrecimiento emerge como una alternativa. Florent Marcellesi y otros defensores de esta visión proponen una ruptura con el productivismo, no como un retroceso, sino como una oportunidad para redefinir el desarrollo en términos de suficiencia y equidad. Esto implica construir un modelo que valore el bienestar humano y ambiental, y que priorice las necesidades reales sobre el consumo superfluo.

La transformación hacia una sociedad post-productivista requiere, como sugiere Jorge Riechmann, un cambio radical en nuestras instituciones y valores. No basta con ajustar los engranajes del sistema; es necesario superar lo que él llama "la dictadura del crecimiento". Esto incluye transitar hacia economías más simples, descentralizadas y convivenciales, como proponía Illich, donde las comunidades puedan recuperar el control sobre sus medios de vida y fortalecer los vínculos sociales.

En última instancia, superar el productivismo implica reconocer que el crecimiento perpetuo no es sinónimo de progreso. Como señalaban Gorz y Castoriadis, se trata de liberar a la sociedad de una lógica que la subordina al capital y reconstruir un imaginario donde el desarrollo sea entendido como la capacidad de vivir en equilibrio con la naturaleza y en relaciones justas entre las personas. Este desafío no es técnico, sino profundamente político y ético: un llamado a reimaginar la modernidad desde los límites del planeta y las posibilidades de la convivencia humana.

Veamos con mayor detalle los argumentos desarrollados por algunos de los principales críticos del productivismo.

André Gorz: Pionero en la crítica al productivismo

Uno de los pioneros de la Ecología Política, André Gorz, define el productivismo como la ideología que subordina todos los aspectos de la vida a la expansión continua de las fuerzas productivas y al crecimiento económico. Según él, esta lógica no se limita al capitalismo, sino que también fue central en las economías socialistas del siglo XX. En ambos casos, el progreso se mide en términos de producción material, ignorando los límites ecológicos y las necesidades humanas reales.

Para Gorz, el productivismo implica una estructura social basada en el trabajo alienado, donde las personas son vistas como meros engranajes para aumentar la producción. Esta lógica genera no solo destrucción ambiental, sino también una deshumanización de la vida cotidiana.

En Écologie et liberté (Galilée, 1977), Gorz conecta el productivismo con la pérdida de autonomía personal y colectiva. Argumenta que el sistema productivista crea necesidades artificiales y una dependencia de bienes y servicios que son innecesarios para una vida digna y sostenible.

Gorz aboga por una sociedad post-productivista, donde el objetivo no sea maximizar la producción, sino satisfacer las necesidades humanas reales con un impacto mínimo sobre el ambiente. Esto implica reducir drásticamente el tiempo de trabajo, descentralizar la economía y priorizar valores como la equidad, la sostenibilidad y la calidad de vida.

Para Gorz, el productivismo es el núcleo de la crisis ecológica y social contemporánea, y superarlo es esencial para construir una sociedad que respete tanto a las personas como a la naturaleza.

Iván Illich: La crítica al control tecnocrático

Otro importante referente de la Ecología Política, Iván Illich, en sus textos, particularmente en su obra La convivialidad (1973) critica el productivismo como una manifestación del control tecnocrático y de la dependencia excesiva de las instituciones industriales. Para Illich, el productivismo es una ideología que subordina la vida humana a la lógica de la producción y el consumo, promoviendo una dependencia estructural de herramientas y sistemas que despojan a las personas de su autonomía. Este paradigma transforma las necesidades humanas en demandas de mercado y reduce la capacidad de las comunidades para autogestionar sus propios recursos y soluciones.

Illich también describe cómo el productivismo destruye las relaciones sociales genuinas y la "convivencialidad", que él define como la capacidad de las personas para vivir juntas de manera autónoma y sostenible.

Aunque no usa "productivismo" como término central, su crítica al industrialismo y al crecimiento ilimitado como objetivos prioritarios está profundamente alineada con las críticas al productivismo desde la ecología política.

Barry Commoner: El modelo industrial y la crisis ambiental

Barry Commoner, uno de los fundadores del movimiento ambiental moderno, no utiliza directamente el término "productivismo" de manera recurrente, pero sus ideas críticas sobre la sociedad industrial y sus implicaciones ecológicas son fundamentales para entender este concepto. En su obra más influyente, El círculo que se cierra (1971), Commoner señala que la crisis ambiental contemporánea proviene del modelo industrial, que privilegia la maximización de la producción sin considerar las consecuencias ecológicas. Este modelo opera bajo la lógica de que los recursos naturales son ilimitados y que los residuos de la producción pueden ser absorbidos indefinidamente por el ambiente, una premisa que él refuta categóricamente.

Para Commoner, el productivismo está arraigado en la búsqueda de eficiencia económica a corto plazo, lo que lleva a externalizar costos ambientales y sociales. Esto se refleja en la adopción de tecnologías que priorizan la rentabilidad por encima de la compatibilidad con los sistemas ecológicos.

Commoner critica el hecho de que el sistema industrial haya roto el equilibrio entre las actividades humanas y los ciclos naturales, creando un flujo lineal de recursos (extracción-producción-desecho) que reemplaza el flujo cíclico propio de los ecosistemas.

Para superar el productivismo, Commoner plantea que es necesario cambiar las prioridades sociales: el crecimiento económico no puede seguir siendo el objetivo principal. En su lugar, aboga por un modelo que incorpore los principios ecológicos de equilibrio y sostenibilidad, promoviendo tecnologías limpias y sistemas de producción que respeten los límites naturales.

Cornelius Castoriadis: La alienación moderna

Desde una perspectiva filosófica y política Cornelius Castoriadis reflexionó sobre el productivismo, asociándolo a las dinámicas de las sociedades modernas. Aunque no siempre empleó el término directamente, sus críticas a la lógica de producción ilimitada están profundamente relacionadas con el concepto. En textos como La institución imaginaria de la sociedad (1975), Castoriadis analiza la manera en que las sociedades modernas están dominadas por un imaginario social basado en la expansión indefinida de las fuerzas productivas. Este imaginario, según él, convierte la acumulación material y el crecimiento económico en los fines últimos de la organización social.

Para Castoriadis, el productivismo es una expresión de la alienación moderna, donde las instituciones económicas y políticas están diseñadas para maximizar la producción y el consumo, mientras descuidan los valores humanos fundamentales, como la autonomía, la creatividad y el significado de la vida.

En sus ensayos críticos sobre el capitalismo y el socialismo, Castoriadis sostiene que ambos sistemas han caído en la trampa del productivismo. El capitalismo busca maximizar la ganancia, mientras que el socialismo real del siglo XX priorizó el aumento de la producción. En ambos casos, el crecimiento económico se convirtió en un objetivo que subordina todas las demás dimensiones de la vida.

Castoriadis identifica el productivismo como un obstáculo para la autonomía colectiva. Al centrar la organización social en la producción y el consumo, se cierran las posibilidades de imaginar y construir sociedades alternativas que prioricen la calidad de vida, la sostenibilidad ecológica y la democracia real.

Para superar el productivismo, Castoriadis aboga por una transformación radical del imaginario social, donde el crecimiento y la acumulación dejen de ser los pilares de la organización social. En su lugar, propone un proyecto de autonomía colectiva que permita a las sociedades decidir de manera consciente qué tipo de desarrollo desean, en función de valores como la justicia, la sostenibilidad y el bien común.

Nicholas Georgescu-Roegen: productivismo desde una perspectiva biofísica y termodinámica

Georgescu-Roegen, aborda el productivismo de manera implícita en su crítica a la economía convencional y al paradigma del crecimiento ilimitado. Su obra más conocida, The Entropy Law and the Economic Process (1971), ofrece una perspectiva ecológica profundamente innovadora, basada en la termodinámica. Aunque no usa el término "productivismo" directamente, su análisis es esencial para comprender sus fundamentos y críticas.

Georgescu-Roegen denuncia que la economía moderna está construida sobre la creencia errónea de que los recursos naturales son infinitos y que el progreso humano depende de un crecimiento productivo ilimitado. Según él, esta visión ignora las leyes de la termodinámica, especialmente la segunda ley (entropía), que implica que los recursos naturales son finitos y su uso inevitablemente genera degradación irreversible.

Para Georgescu-Roegen, el productivismo refleja la desconexión de la economía de sus fundamentos biofísicos. La obsesión por producir más y aumentar la eficiencia económica no tiene en cuenta que los recursos materiales y energéticos utilizados en la producción no son totalmente reciclables, lo que conduce al agotamiento y a la contaminación.

En su crítica, el productivismo es la expresión de un sistema económico que ignora los límites termodinámicos del planeta. La producción no puede crecer indefinidamente sin acelerar la degradación de los recursos y el aumento de los desechos. Esto pone en riesgo la sostenibilidad de las generaciones futuras.

Georgescu-Roegen critica la fijación del productivismo en indicadores como el PIB, que mide el éxito económico en función del volumen de bienes y servicios producidos, sin evaluar los costos ambientales y humanos. Propone, en cambio, un replanteamiento hacia la sostenibilidad y el bienestar humano dentro de los límites del sistema terrestre.

Georgescu-Roegen aboga por una bioeconomía que reconozca los límites naturales y busque formas de producción y consumo más sostenibles. Esto implica abandonar el paradigma productivista a favor de un modelo que valore la sostenibilidad y la equidad, en lugar de la maximización de la producción y el consumo.

John Bellamy Foster: una crítica marxista del productivismo

Bellamy Foster, destacado teórico del marxismo ecológico, analiza el productivismo principalmente en relación con el capitalismo y su dinámica destructiva para el ambiente. Aunque no ofrece una definición única del término, sus reflexiones en obras como The Ecological Rift (2010) y Marx’s Ecology (2000) permiten entender el productivismo desde una perspectiva crítica.

Bellamy Foster identifica el productivismo como una lógica intrínseca al capitalismo, que busca constantemente expandir la producción para maximizar las ganancias. Esta dinámica genera una ruptura metabólica (metabolic rift) entre la sociedad y la naturaleza, ya que explota recursos naturales y fuerza procesos productivos más allá de los límites ecológicos.

Según Foster, el productivismo refleja la contradicción fundamental del capitalismo: intenta expandir la producción y el consumo en un mundo con recursos limitados. Esta tensión es insostenible y conduce a crisis ecológicas recurrentes.

En línea con su interpretación de Marx, Foster argumenta que el productivismo contribuye a la alienación del ser humano respecto a la naturaleza. La búsqueda de ganancias y productividad despoja a las personas de una relación directa con su entorno, convirtiendo la naturaleza en una mercancía.

Bellamy Foster también critica cómo los regímenes socialistas del siglo XX adoptaron una lógica productivista similar a la del capitalismo, centrando sus objetivos en la expansión de las fuerzas productivas sin cuestionar su impacto ecológico. Esta crítica se alinea con la necesidad de un marxismo ecológico que incorpore la sostenibilidad como principio central.

Foster aboga por un modelo económico que supere el productivismo y repare la ruptura metabólica. Esto implicaría reorganizar las relaciones de producción y consumo en función de las necesidades humanas y los límites ecológicos, rompiendo con la lógica de acumulación infinita.

Florent Marcellesi: la crítica ecologista del productivismo

Florent Marcellesi, un destacado teórico del ecologismo político, aborda el productivismo de manera explícita, particularmente en sus reflexiones sobre el desarrollo sostenible y el decrecimiento. En sus obras y artículos, como Adiós al crecimiento (2013), critica al productivismo como un pilar del modelo económico actual, tanto en sus versiones capitalista como socialista.

Para Marcellesi, el productivismo es la obsesión por producir más bienes y servicios, sin importar las consecuencias sociales, humanas y ecológicas. Es una ideología que permea tanto al capitalismo como al socialismo industrial, ambos comprometidos con la lógica del crecimiento económico como indicador principal de éxito.

Marcellesi sostiene que el productivismo es el motor de las crisis climática, ecológica y social, ya que prioriza el crecimiento material por encima de los límites del planeta. Este modelo explota los recursos naturales y genera desigualdades, dejando a las generaciones futuras con un planeta degradado.

Según Marcellesi, el productivismo se sostiene en la idea de que la tecnología podrá resolver los problemas que el propio sistema genera. Sin embargo, critica esta creencia como una "huida hacia adelante", que ignora la necesidad de cambios estructurales en los valores y la organización social.

En línea con las propuestas del decrecimiento, Marcellesi propone superar el productivismo mediante una transición hacia un modelo económico que priorice el bienestar humano y ambiental. Esto incluye reducir el consumo material y energético, redefinir los conceptos de progreso y riqueza, y establecer una economía que opere dentro de los límites ecológicos.

Una idea distintiva de Marcellesi es que el productivismo también está ligado al patriarcado, ya que ambos sistemas comparten valores como la dominación, la explotación y la acumulación. Superar el productivismo, según él, implica también avanzar hacia una sociedad feminista y ecológica.

En Ecología Política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde,[1] Marcellesi aborda en detalle la posición antiproductivista del ecologismo político y lo hace a partir de la definición de productivismo aportada por Degans: [2] un sistema evolutivo y coherente que nace de la interpenetración de tres lógicas principales: la búsqueda prioritaria del crecimiento, la eficacia económica y la racionalidad instrumental que tienen efectos múltiples sobre las estructuras sociales y las vidas cotidianas (Degans, 1984: 17).

Crecimiento económico como sinónimo de aumento de la producción y consumo, eficacia económica como previsión, mecanización, racionalización, división técnica del trabajo, concentración, jerarquía en el saber y el poder, institucionalización de todos los aspectos de la vida y racionalidad instrumental que transforma la herramienta en un aparato esclavizante, alienante y contraproducente (Al traspasar un umbral, la herramienta pasa de ser servidor a déspota – Ivan Illich). (El ser humano que hoy se sirve de la técnica es de hecho el que la sirve – Jacques Ellul)

El ecologismo representa una ruptura con el productivismo. La sostenibilidad, el reconocimiento de límites al crecimiento y el respeto por los sistemas naturales son ideas diametralmente opuestas a la lógica productivista, que ve a la naturaleza como un mero recurso a explotar.

La obsesión por producir más sin cuestionar la utilidad, la justicia o la sostenibilidad de los bienes producidos caracterizan el "desarrollo" en el sistema-mundo productivista, conduciendo a la destrucción del planeta y a la alienación humana.

Parafraseando a Jorge Riechmann, [3] podemos afirmar que el productivismo es "la dictadura del crecimiento", un sistema que subordina todas las actividades humanas y las políticas públicas al imperativo de aumentar la producción y el consumo, incluso cuando ello genera desequilibrios ecológicos y sociales insostenibles.

Los pilares de insostenibilidad del sistema-mundo productivista

Pese a las diferencias que existen entre las corrientes de pensamiento productivista, todas ellas se caracterizan por su confianza en los avances científico-técnicos para resolver todos y cada uno de los problemas ambientales que pudieran presentarse. No obstante, los cimientos ideológicos del productivismo incluyen conceptos, creencias e ideas profundamente anticientíficas que han definido valores, costumbres, leyes e instituciones que se han constituido en verdaderas amenazas para la integridad, productividad y capacidad de adaptación de los sistemas de apoyo para la vida, tanto naturales como sociales. Son estas creencias las que empujan permanentemente a la codicia, la irreflexión y la competencia desenfrenada; a despreocuparse por lo que les ocurre a otros y a no perseguir ningún objetivo que no se pueda representar —directa o indirectamente— a través de la medida del dinero. Son estas creencias las que han transformado al Homo economicus, como lo propone Ramon Alcoberro, [4] en un “idiota moral”; en un peligro para la economía real y, en definitiva, para la supervivencia.

Entre las creencias que nos están encaminando hacia lo que Jared Diamond (2005) califica como suicidio ecológico impremeditado se destacan el antropocentrismo despótico, la Tradición Imperial, la tecnolatría, el fundamentalismo de mercado, la ilusión neolítica, el crecimientismo, el consumismo, el darwinismo social, el militarismo y el negacionismo ambiental.


El antropocentrismo: El Ser Humano como la medida de todas las cosas


El antropocentrismo es una posición filosófica que considera que, en las relaciones entre los seres humanos y el resto de la naturaleza, son los humanos los que tienen una posición jerárquica superior y todas las demás formas de vida y la naturaleza existen únicamente para servir a los intereses humanos, al punto de llegar a considerar que los humanos no son parte de la naturaleza y que la naturaleza, carece de valor intrínseco.

Esta perspectiva antropocéntrica ha sido criticada por la Ecología Política por ser una visión estrecha y egocéntrica; por ignorar la complejidad del mundo natural con sus interconexiones e interdependencias; por no considerar que el mundo natural es un sistema complejo y dinámico que incluye a todas las especies y procesos naturales. De allí que, al creer que la naturaleza existe solo para servir a los intereses humanos, el antropocentrismo, inevitablemente conduce a la explotación excesiva de los recursos naturales y la degradación ambiental con consecuencias devastadoras para los ecosistemas y las especies, incluidos los seres humanos.

Edgard Morin,[5] aporta una fundamentación contraria a la predominante posición antropocéntrica:

Es necesario dejar de ver al hombre como un ser sobre-natural. Es preciso abandonar el proyecto de conquista y posesión de la naturaleza, formulado a la vez por Descartes y Marx. Este proyecto ha llegado a ser ridículo a partir del momento en que nos hemos dado cuenta de que el inmenso cosmos permanece fuera de nuestro alcance. Ha llegado a ser delirante a partir del momento en que nos hemos dado cuenta de que es el devenir prometeico de la tecnociencia el que conduce a la ruina de la biosfera y por ello al suicidio de la humanidad. La divinización del hombre debe cesar. Ciertamente, nos es necesario valorar al hombre, pero hoy sabemos que sólo podemos valorar verdaderamente al hombre si valoramos también la vida, y que el respeto profundo hacia el hombre pasa por el respeto profundo hacia la vida. La religión del hombre insular es una religión inhumana. (Morin, 1996)

Resulta importante traer aquí la opinión crítica del Papa Francisco en su Carta Encíclica Laudato si´, donde afirma que la Biblia: …no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas y, una vez definido el antropocentrismo del Cristianismo, dedica un título de su Encíclica para analizar lo que denomina crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno en el que resulta destacable su crítica al “relativismo práctico”: [6]

Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la omnipresencia del paradigma tecnocrático y la adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos. Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social. (122 – p. 38)

Jorge Riechmann en un capítulo de “Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella)” afirma que aún no hemos aprendido a vivir en esta Tierra y agrega que, el narcisismo antropocéntrico es sin duda, uno de nuestros peores pecados capitales a partir de lo cual afirma:[7]

Quien sobrevalora su propia importancia acaba viviendo mal. Parece que nos resulta tan difícil darnos cuenta de ello en nuestra vida privada, como a escala de especie…Somos interdependientes y ecodependientes. Pero si eso es así –y así es-, entonces cuando daño al otro, acabo dañándome a mí mismo; cuando degrado los ecosistemas, pongo en riesgo mi propia vida; cuando desgarro la red de la vida, obro contra mí mismo.

El antropocentrismo es una forma de pensamiento que coloca al ser humano en el centro de todo y considera que todo lo demás en el mundo tiene valor sólo en la medida en que sirve a los intereses humanos. Esta visión está muy arraigada en la cultura occidental, y se ha utilizado para justificar la explotación de la naturaleza y de otros seres vivos en beneficio humano. El antropocentrismo es la postura más difundida y resulta común a todas las corrientes de pensamiento de raíz productivista y es la puerta de entrada a la “Tradición Imperial”.

La Tradición Imperial: Conquista y Dominio de la Naturaleza

La Tradición Imperial, término que Worster toma de Alfred Crosby,[8] es el resultado de un prolongado proceso de profundos cambios en el pensamiento científico que se inicia partir de los siglos XVI y XVII en los que la visión del universo como algo orgánico, vivo y espiritual – propia de la ciencia medioeval – fue reemplazada por la concepción mecanicista de un mundo similar a una máquina.

El pensador y político inglés Francis Bacon (1561-1626) -figura emblemática dentro de la Tradición Imperial- se dedicó a demostrar que la ciencia no era diabólica y que resultaba Prometeica, una actividad que no era perjudicial, sino beneficiosa para el hombre y que podía conciliarse con la religión. Bacon estableció el proyecto científico occidental para conquistar y controlar la naturaleza. Logró separar la ciencia de la religión, dando el paso necesario para conducir al hombre a verse a sí mismo como la medida de todas las cosas.

La Tradición Imperial estaba basada fundamentalmente en los postulados de la revolución científica moderna, encontrando sustento en las ideas baconianas de imperio del ser humano sobre la naturaleza y de un universo que funciona como un reloj. Entre las figuras emblemáticas de la revolución científica moderna tenemos a Nicolás Copérnico (1473-1543); Johannes Kepler (1571-1630); Galileo Galilei (1564-1642); René Descartes (1596-1650) e Isaac Newton (1643-1727).

Una influyente figura dentro de la Tradición Imperial fue Thomas Huxley (1825-1895) quien justificó la confrontación hombre-naturaleza como un conflicto totalmente legítimo, al punto que la masiva agresión a la naturaleza se llevó a cabo en nombre de la humanidad, la decencia, la virtud, e incluso la salud y la limpieza. La metáfora favorita de Huxley para esta ética de la transformación ecológica era la imagen del Jardín del Edén, lo que implica un paisaje civilizado rodeado de un muro para protegerlo. Un lugar de virtud y de productividad material.

Estos pensamientos son los que convirtieron a la civilización en un proceso de pacificación de la naturaleza por la fuerza; dejando el camino abierto para manejar la naturaleza de acuerdo con los objetivos económicos deseables.

A partir de instalar al sujeto en el centro de la relación con la naturaleza quedó legitimada su conquista, una de cuyas expresiones la encontramos en la economía de rapiña en los territorios coloniales que, con algunos matices, continua hasta nuestros días como extractivismo.

La tecnolatría: La Tecnología como Fin en Sí Misma


No se puede confiar en que siempre seremos capaces de sustituir los recursos naturales o las fuentes de energía agotadas con algún recurso nuevo. No podemos seguir con estilos de vida insostenibles simplemente imaginando que siempre habrá alguien que inventará algo.

Sobre la fe ciega en los avances científico-técnicos resulta oportuno recordar la declaración conjunta firmada por la Sociedad Real de Gran Bretaña y la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, titulada "Población y Recursos del Mundo: Implicaciones para el Desarrollo Global" dada a conocer en vísperas de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo en 1992, donde expresan que:

Si las predicciones actuales sobre el crecimiento de la población demuestran ser ciertas y los patrones de la actividad humana en el planeta no cambian, la ciencia y la tecnología no podrán prevenir la degradación irreversible del medio ambiente y la pobreza continuada de la mayor parte del mundo. [9] 


Bajo la razón productivista todo orienta a una adopción acrítica de la tecnología, a su transformación en un fin en sí mismo, a adoptar una actitud excesivamente entusiasta, a otorgarle una capacidad casi mágica para resolver cuanto problema se presente y satisfacer las necesidades humanas. Es esta mentalidad tecnocrática, es esta tecnolatría la que ha sido particularmente dañina en la relación entre la humanidad y el resto de la naturaleza, cuya explotación irracional, su contaminación y degradación son consecuencias directas de la creencia de que la tecnología puede solucionar cualquier problema. Creencia que ha contribuido también a la desigualdad social, a la exclusión de los más vulnerables y a una concentración de poder y recursos en manos de unos pocos.

Alguien inventará algo” es la frase de cabecera de una sociedad en la que se niega la necesidad de - ni siquiera - pensar en poner en cuestión el crecimiento, y menos en reducir el consumo o la producción económica. La tecnolatría - indispensable para sostener la cultura productivista - es la que conduce a la mayor parte de la gente, particularmente a la clase dirigencial a nunca preguntarse: ¿cuál será la situación en el futuro, si seguimos aumentando la producción y el consumo de modo continuo y sin límites?

Ante las denuncias sobre el rumbo suicida de nuestra civilización industrial, los tecnólatras, enarbolando el ícono de esta nueva religión: investigación, desarrollo e innovación -este último término gobernado absolutamente por el mercado- aseguran que no se pueden tomar en serio advertencias tan horrendas, que hay sobradas razones para desoírlas y que no hay nada de qué preocuparse. Obviamente, gran parte de la gente prefiere aceptar este mensaje tranquilizador, antes que oír las campanas de alarma de los “catastrofistas”.

De esta manera se han abierto las puertas a un desarrollo y empleo de la tecnología que ha posibilitado un cada día mayor control y manipulación de las personas, generando una sociedad cada vez más dependiente y deshumanizada, cada vez más alienada, donde desaparece la creatividad y la autonomía humana; donde el trabajo se está convirtiendo en algo cada vez más abstracto y deshumanizado; donde la cultura se homogeneiza, se uniforman los valores y se pierde la libertad individual y colectiva.

Lo cierto es que la tecnología no puede solucionar todos los problemas de la sociedad; no puede sustituir la complejidad y la resiliencia de los ecosistemas naturales; no es solamente un inofensivo conjunto de herramientas o artefactos, no es una herramienta neutral, que puede ser utilizada sin tener en cuenta sus consecuencias sociales y ambientales, sino que está influenciada por valores y objetivos políticos, económicos y culturales. Su uso indiscriminado y la búsqueda constante de la eficiencia y la productividad, puede tener y ha tenido, consecuencias muy negativas para el ambiente y la calidad de vida humana.

A manera de ejemplo podemos mencionar el impacto de la tecnología cuando al aumentar la eficiencia lejos de lograr disminuir el consumo lo incrementa en lo que se conoce como la Paradoja de Jevons quien postuló que: aumentar la eficiencia disminuye el consumo instantáneo, pero incrementa el uso del modelo lo que provoca un incremento del consumo global.

Para el ecologismo, la tecnología debe estar al servicio de las necesidades humanas y no al revés y para que ello pueda acontecer es que propone una transformación profunda de las relaciones sociales y económicas. Es necesario construir una sociedad en la que la creatividad y la autonomía humana sean considerados valores centrales. Estos cambios requieren de una transformación radical de las instituciones sociales y políticas existentes, de una reorientación del desarrollo tecnológico hacia la satisfacción de las necesidades humanas en lugar de la maximización del beneficio económico.

Como la tecnología tiene el potencial tanto para mejorar como para degradar la calidad de vida humana, el ecologismo, afirma que ella no es inherentemente buena o mala en sí misma, sino que su impacto ecosocial depende de cómo se utiliza y se gestiona. En lugar del pensamiento hegemónico por el cual dependemos exclusivamente de ella para resolver los problemas ecosociales, el ecologismo aplica una visión holística, un enfoque sostenible que combina la tecnología con la sabiduría ecológica.

Al intervenir por primera vez en la Conferencia de Río de Janeiro en 1992, el por entonces presidente de Estados Unidos, George Herbert Walker Bush dejó en claro que el estilo de vida de Estados Unidos no era negociable. Años más tarde, su hijo, siendo también presidente de Estados Unidos, George W. Bush, siguiendo en la misma dirección, al referirse al cambio climático afirmaba que: la forma de superar el desafío de la energía y del cambio climático mundial es mediante la tecnología. Ambos estaban firmemente convencidos que los problemas y desafíos que nos toca enfrentar se resuelven con la ciencia, el mercado o los dos juntos; pero nunca cambiando el insostenible estilo de vida americano.

Entre los devotos de la tecnolatría tenemos una pléyade de científicos y tecnólogos convencidos del poder y la infalibilidad de sus conocimientos y una miríada de legos que encuentran profunda tranquilidad al haberse convencido del poder y la infalibilidad de los conocimientos científicos de los que obviamente carecen.

La tecnolatría ha conducido a la gran mayoría de la gente al espejismo de pensar que los problemas ambientales y las crisis ecológicas – en la práctica – no existen, ya que en todos los casos el ingenio humano logrará superarlos. Se revive así el culto al cuerno de la abundancia, pero reemplazando a la cabra Amalthea, de la mitología clásica, por la ciencia y la tecnología capaces ahora de alimentarlo por siempre.

Para el tecnólatra el ambiente no impone límites para el crecimiento de la humanidad en tanto podemos agotar lo que hoy consumimos, porque antes de llegar a ese punto, el progreso tecnológico encontrará o inventará los sustitutos.

A tanta voluntad de desconocimiento habrá que oponer alguna voluntad de verdad como lo afirma Jorge Riechmann.[10]

Urge desenmascarar al fantasma de la tecnolatría que amenaza nuestro presente y compromete el futuro de la humanidad y con ese objetivo el ecologismo lejos de proponerse una cruzada anticientífica, lo que intenta es volver a dar al progreso técnico su lugar, porque está persuadido que nada permite considerarlo virtuoso por naturaleza. Ha sido el propio razonamiento científico el que ha demostrado que el conocimiento científico no encierra fundamentos definitivos y absolutos, ni siquiera en el ámbito de las ciencias exactas (Teorema de Incompletitud de Gödel).[11] En consecuencia, depositar una fe ciega en la ciencia y esperar que las soluciones tecnológicas – por sí solas – logren dar respuesta a la crisis sistémica que enfrentamos es un acto profundamente anticientífico, como también lo es pretender que las soluciones tecnológicas nos puedan ayudar a realizar el sueño imposible de un crecimiento infinito dentro de un sistema finito.

Se atribuye a Max Born (1882-1970) físico y matemático alemán conocido por sus contribuciones en la mecánica cuántica y Premio Nobel de Física en 1954, haber afirmado que:

Creo que ideas como certeza absoluta, exactitud absoluta, verdad final, etc. son productos de la imaginación que no deberían ser admisibles en ningún campo de la ciencia. Por otro lado, cualquier afirmación de probabilidad es correcta o incorrecta desde el punto de vista de la teoría en la que se basa. Este relajamiento del pensamiento me parece la mayor bendición que nos ha dado la ciencia moderna. Porque la creencia de que sólo hay una verdad, y que uno mismo está en posesión de la misma, es la raíz de todos los males del mundo.

Antoni Domènech,[12] sostiene que la ciencia y la tecnología tienen un impacto significativo en la sociedad y en el ambiente, y que los peligros asociados con su uso han aumentado en la era moderna debido a la complejidad y la interdependencia de los sistemas tecnológicos. Es por lo anterior que considera crucial garantizar que ellas se utilicen de manera responsable y sostenible, como así también formula un llamamiento para tomar medidas destinadas a reducir los riesgos antropogénicos presentes, como el cambio climático y la proliferación nuclear. Para Domènech resulta de fundamental importancia una educación científica y tecnológica responsable, en la que se fomente una cultura científica que tenga en cuenta tanto los avances científicos como sus implicaciones sociales y ambientales.

El biólogo y activista ambiental estadounidense Barry Commoner, advertía sobre los peligros de la tecnología y la ciencia descontroladas y su impacto en el ambiente y la supervivencia humana.[13] Para Commoner ellas se han desarrollado de forma descontrolada, sin tener en cuenta sus impacto negativos, lo que ha llevado a la contaminación del aire, el agua y el suelo, y a la pérdida de diversidad biológica. Esta situación se ha hecho tan crítica que la supervivencia humana depende de la capacidad de la sociedad para controlarlas y dirigirlas de manera responsable y sostenible. Proponía la aplicación de un enfoque sistémico teniendo en cuenta las interacciones entre la tecnología, la sociedad y el ambiente, para permitir así una toma de decisiones más informada y participativa. Commoner ponía particular énfasis sobre los peligros de la energía nuclear y la posibilidad de una guerra nuclear, abogando por su eliminación.

Nicholas Rescher, sostiene que la ciencia tiene límites en cuanto a lo que puede conocer y explicar, y que hay aspectos de la realidad que están más allá del alcance de la ciencia. En otras palabras, para Rescher la ciencia se basa en la observación empírica y la experimentación, y esto limita su capacidad para comprender fenómenos que no se pueden observar directamente, como la conciencia y la subjetividad. También considera que siempre habrá incertidumbre en la investigación científica y que esto debe ser reconocido y aceptado. De lo anterior concluye que la filosofía puede ayudar a entender los límites de la ciencia y a explorar los aspectos de la realidad que están más allá de su alcance, sugiriendo que la ciencia y la filosofía deben trabajar juntas para proporcionar una visión más completa de la realidad.[14]

El sociólogo y crítico cultural estadounidense, Neil Postman (1931-2003), en su libro Tecnópolis,[15] considera que nuestra civilización ha ingresado en una fase en la que la tecnología ejerce un monopolio total sobre la cultura y la sociedad; en el que la principal meta del pensamiento y el trabajo humano es la eficiencia; en la que el cálculo técnico es en todos los sentidos superior al juicio humano; y en la que los problemas sociales tratan de solucionarse casi exclusivamente mediante el juicio de los «expertos», en detrimento de una participación política efectiva en las decisiones que afectan a nuestro modo de vida.

Entre sus aportes al pensamiento crítico de la tecnolatría, resultan destacables, las cinco advertencias sobre el cambio tecnológico, presentadas en su ponencia en Newtech ´98,[16] donde afirma que:

La primera advertencia es que todo cambio tecnológico implica un compromiso […] que la cultura paga un precio por la tecnología que incorpora […]  cuanto mayor es la tecnología, más grande es el precio. Segundo, que siempre habrá ganadores y perdedores, y que los ganadores siempre intentarán persuadir a los perdedores de que también ellos son ganadores. Tercero, que incrustada a toda tecnología está un prejuicio epistemológico, político o social. Algunas veces este prejuicio nos puede favorecer, otras no. La imprenta aniquiló la tradición oral, el telégrafo aniquiló el espacio, la televisión ha empequeñecido el mundo, los ordenadores, quizás acaben degradando la vida comunitaria. Y así todo. Cuarto, que el cambio tecnológico no es aditivo, es ecológico, que significa que lo cambia todo a su paso, por lo que es demasiado importante como para dejarlo en las solas manos de Bill Gates. Y quinto, la tecnología tiende a hacerse mítica, esto es, que se percibe como parte del orden natural de las cosas, por lo que tiende a controlar más nuestras vidas de lo que sería deseable.

En el pasado, experimentábamos la tecnología del cambio a la manera de un sonámbulo. Nuestro slogan nunca explicitado ha sido "tecnología über alles", y hemos deseado adaptar nuestras vidas para encajar los requisitos tecnológicos, no los requisitos de la cultura. Esto es una forma de estupidez, especialmente en una época de cambios tecnológicos tan profundos. Necesitamos actuar con los ojos bien abiertos para que utilicemos más la tecnología en vez de que sea la tecnología la que nos utilice a nosotros.

Dentro del pensamiento crítico de la tecnolatría resulta destacable el aporte realizado por el Papa Francisco en su Carta Encíclica Laudato si´ donde se dedica extensamente en el análisis de la cuestión científico-tecnológica. En el capítulo tercero de la Encíclica dedicado a analizar la raíz humana de la crisis ecológica, relaciona a la tecnología con el poder y critica la globalización del paradigma tecnocrático:

La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de hecho, suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros […] La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano.

Un aspecto particular que debe ser contemplado es el de la dependencia de la tecnología moderna de elementos muy escasos en la corteza terrestre. Antonio Valero en su conferencia: La energía en la economía dictada durante el curso de verano "Límites del crecimiento: recursos energéticos y materiales" de la Universidad de Valladolid, en septiembre de 2011 afirmaba que: 

La tecnología moderna se ha vuelto muy dependiente de numerosos elementos muy escasos en la corteza terrestre. Elementos como el niobio, el litio, el cobalto, el indio, el tantalio son los auténticos talones de Aquiles de nuestro desarrollo. Sin ellos muchas de las tecnologías que proyectamos como solución a la crisis energética (la fotovoltaica, las baterías de los vehículos eléctricos, algunos componentes de los molinos eólicos, la electrónica avanzada para control de redes eléctricas) no son posibles o tienen rendimiento mucho menores. La forma de actuar de la sociedad moderna es demencial. Usamos minerales extremadamente raros, los mezclamos para hacer un móvil o una videoconsola que tiene una vida de apenas unos meses y después todos esos materiales van al vertedero. Una vez que los minerales se han dispersado en los ríos o la tierra, volver a juntarlos requiere una cantidad enorme de energía. Nada se diseña para durar, se hacen mezclas que después hacen imposible el reciclado (es lo que llama “híbridos monstruosos”). Esto es demencial y no puede durar.  


El término bárbaros era utilizado por los romanos para referirse a quienes vivían más allá de las fronteras del imperio. Estas personas eran consideradas inferiores, carentes de una tradición sofisticada en tecnología, arte e ideología comparable a la de los ciudadanos de la Roma imperial. A lo largo de la historia, el término ha llegado a nuestros días para describir a quienes —como los ecologistas— no comulgan con la corriente dominante de la civilización productivista. Sin embargo, la realidad es que no los bárbaros, sino la propia civilización productivista, es la que hoy se encuentra en un callejón sin salida.

Tal es la gravedad de nuestra situación actual, que los llamados bárbaros ecologistas se han visto obligados a rebelarse contra los autoproclamados civilizados, en un intento de detener su desenfrenada carrera hacia la autodestrucción. Su llamamiento es claro: “Civilizados” del mundo, no deben desecar los humedales, eliminar los bosques, degradar los suelos, exterminar la diversidad biológica, contaminar los hábitats ni romper los equilibrios naturales. No pueden ignorar los límites biofísicos del planeta.

No existe una mano invisible capaz de guiar nuestras vidas, ni una tecnología que permita un crecimiento infinito en un mundo finito. No es posible construir una sociedad basada en la dominación económica de las personas, y resulta aberrante la coexistencia de tanta miseria en medio de una abundancia concentrada en pocas manos.

Los civilizados deberían aceptar el veredicto de la historia sobre su fantasía de crecimiento ilimitado, una ilusión que insisten en mantener a pesar de la abrumadora evidencia en contra. Es imperativo que comprendan que, en este caso, la negación solo conduce a un destino: el colapso.

El darwinismo social

A fines del siglo XIX y principios del XX, Herbert Spencer y William Summer extendieron la teoría del naturalista inglés Charles Darwin sobre la evolución de las especies por medio de la selección natural a la evolución social de la humanidad, incorporando el concepto de supremacía del más apto. El pensamiento de Spencer legitimaba las posturas de no injerencia del Estado ante la pobreza y los genocidios y etnocidios de la expansión colonial, pues allí se libraba una lucha por la existencia donde perdurarían los pueblos y sectores de la sociedad capaces por sí mismos de sobrevivir, los biológicamente superiores.

No obstante, la teoría de Darwin era estrictamente biológica, propuesta para explicar la multiplicidad y variabilidad de las especies orgánicas. Su traslado al campo social condujo a la negación de la solidaridad dentro de la especie y la ayuda mutua (paradójicamente tan común en la naturaleza), estimulando la agresividad en la conducta del ser humano, transformándolo de hermano en enemigo y rival de sus semejantes.

El militarismo


El darwinismo social potenció una vieja ideología según la cual la fuerza militar es la fuente de toda seguridad, asumiendo que la “paz a través de la fuerza” es la mejor o única forma de conseguir la paz. Durante el siglo XX, el militarismo adquirió un valor diferente: ya no era la paz lo que se perseguía armándose, sino el crecimiento económico. La máxima expresión de este nuevo tipo de militarismo se encuentra en Estados Unidos a mediados del siglo XX, donde el presidente Dwight Eisenhower dio origen al complejo militar-industrial. El empleo y el consumo interno pasaron a depender fuertemente de la buena salud de este complejo, salud que dependía de la guerra.

El éxito económico del modelo militarista se refleja en los inimaginables montos anuales de los gastos militares. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), los gastos mundiales en armamentos en 2020 alcanzaron los USD 1.980.000.000.000 (1,98 trillones en inglés), lo que representa aproximadamente el 2,4% del producto interno bruto (PIB) mundial.

El negacionismo ambiental: Rechazo a la Evidencia Científica


Si algo caracteriza el pensamiento productivista es su actitud negacionista frente a la cuestión ambiental. Negacionismo que puede expresarse de muy diferentes maneras que van, desde no aceptar -lisa y llanamente- la existencia de alguna de las globalizadas crisis ecosociales hasta imaginar que, otorgando derechos de propiedad sobre los bienes comunes o los componentes del ambiente en general, o con una combinación “virtuosa” de tecnología, mercado y/o regulaciones gubernamentales se pueden resolver todos y cada uno de los problemas o crisis ambientales.

Es así como se hace presente la negación o escepticismo sobre la realidad del cambio climático causado por actividades humanas y sobre la influencia negativa que esto puede tener; sobre la evidencia científica que demuestra que las actividades humanas nos han colocado en la senda del sexto episodio de extinción en masa o sobre el cenit petrolero. De igual manera se opta por la negación o escepticismo frente a las advertencias sobre la insostenibilidad de las diferentes actividades extractivistas: mineras, energéticas o agroindustriales de monoculturas para la exportación.

La negación, la omnipotencia tecnocrática y la irresponsabilidad conducen a los productivistas a rechazar la posibilidad de un colapso. Este rechazo es tan intenso y arraigado que probablemente persistirá, incluso cuando todo lo que definimos como civilización occidental se vaya viniendo abajo;[17] cuando los niveles de vida caigan significativamente, los riesgos crónicos aumenten, se destruyan algunos de nuestros valores esenciales, se propaguen enfermedades a escala mundial o se desencadenen guerras por la escasez de recursos ambientales. [18] 

Praxis de Negacionismo Ambiental

El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer no competitiva a la manufactura de EE. UU. - Donald Trump, 2012, en su cuenta de Twitter)

Mientras la tierra permanezca, habrá tiempo de siembra y cosecha, frío y calor, invierno y verano, día y noche… Dios está todavía allí arriba. La arrogancia de la gente que piensa que nosotros, los seres humanos, podríamos cambiar el clima me resulta indignante. - Jim Inhofe, en su libro: La más grande de las mentiras: Cómo la conspiración del calentamiento global amenaza su futuro. (2012).

El cambio climático es otra de las mentiras del socialismo. Hay toda una agenda de marxismo cultural y parte de esa agenda es, a ver, hace diez, quince años, se discutía que el planeta se iba a congelar, ahora discuten que se calienta… o sea… dale, loco… o sea, aquellos que conozcan cómo se hacen esas simulaciones van a ver que las funciones están sobresaturadas en determinados parámetros a propósito para generar el miedo más acá en el tiempo. - Javier Milei, entrevista online con Julián Serrano en 2021

El negacionismo climático “oculta una estrategia política vacía de fundamento. El fascismo de los años 1930 tenía una ideología y un proyecto explícito de transformación, pero nada de ello hay tras las consignas del gran adalid del negacionismo, el ideólogo de Trump, Steve Bannon, que es un intelectual de cuarta categoría. La gran diferencia entre las políticas reaccionarias de entonces y de ahora es que éstas son solo un movimiento de escape para liberar a las élites de cualquier constricción en su camino hacia la hipermodernidad. Latour, “La Modernidad está acabada”, entrevista en El Mundo, 19 de febrero de 2019

El negacionismo ambiental se expresa de manera particularmente intensa en el caso del cambio climático global, razón por la cual desarrollaremos la praxis negacionista enfocados en tal accionar.

Mientras la comunidad científica avanzaba lentamente debatiendo y reuniendo evidencias sobre el cambio climático antropogénico,[19] en la década de 1950, el Instituto Estadounidense del Petróleo (American Petroleum Institute - API) contaba con información de sus técnicos sobre el riesgo que representaban las emisiones provenientes de la quema de combustibles fósiles. Esta información, años más tarde, sirvió de base al Comité Asesor Científico del presidente Lyndon Johnson para elaborar un informe en el que se sugería que aún había tiempo para salvar a los pueblos del mundo de las consecuencias catastróficas de la contaminación, pero que ese tiempo se estaba acabando. En 1965, refiriéndose a este informe, el presidente del API, Frank Ikard, afirmaba:

Una de las predicciones más importantes del informe es que el dióxido de carbono se está agregando a la atmósfera terrestre mediante la quema de carbón, petróleo y gas natural a un ritmo tal que para el año 2000 el balance de calor se modificará de tal manera que posiblemente cause cambios marcados en el clima más allá de los esfuerzos locales o incluso nacionales.

Las afirmaciones de Ikard demuestran que los productores de energías fósiles conocían, ya en la década de 1950, las implicaciones de las emisiones de dióxido de carbono provenientes de la quema de estos combustibles. Lejos de intentar resolver el problema, optaron por no hacer nada, restándole importancia al problema y, a menudo, negando la realidad del cambio climático, sembrando dudas y confusión.

Un buen ejemplo de esta actitud se encuentra en un artículo publicado en la revista Science,[20] donde se revela que los científicos de ExxonMobil habían modelizado y predicho el calentamiento global con una exactitud pasmosa. Sin embargo, la empresa desestimó las conclusiones de sus propios científicos sobre el papel de los combustibles fósiles en el cambio climático.

En el mencionado artículo publicado por Science, Supran et al. (2023) muestran que ExxonMobil tenía sus propios modelos internos que proyectaban trayectorias de calentamiento consistentes con las pronosticadas por los modelos académicos y gubernamentales independientes. Además, demuestran que las afirmaciones que hacía públicas la empresa contradecían lo que en realidad conocían.

Supran et al. (2023) afirman que:

En 2015, los periodistas de investigación descubrieron memorandos internos de la compañía que indicaban que la compañía petrolera Exxon sabía desde fines de la década de 1970 que sus productos de combustibles fósiles podrían conducir al calentamiento global con 'efectos ambientales dramáticos antes del año 2050'. Luego surgieron documentos adicionales que mostraban que la asociación comercial más grande de la industria del petróleo y el gas de EE. UU. también sabía desde al menos la década de 1950, al igual que la industria del carbón desde al menos la década de 1960, y las empresas de servicios eléctricos, la compañía petrolera Total y las compañías de motores GM y Ford desde al menos la década de 1970... En 2017... demostramos que los documentos internos de Exxon, así como los estudios revisados por pares publicados por científicos de Exxon y ExxonMobil Corp, reconocían abrumadoramente que el cambio climático es real y causado por el hombre. Por el contrario, la mayoría de las comunicaciones públicas de Mobil y ExxonMobil Corp promovieron dudas al respecto.

En enero de 2023, en su intervención en el Foro de Davos, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, al referirse a las conclusiones del mencionado estudio, entre otros conceptos y afirmaciones destacó que:

Algunos productores de energías fósiles eran totalmente conscientes en los años 1970 de que su producto estrella iba a quemar el planeta. Pero, como la industria del tabaco, hicieron poco caso a su propia ciencia. Algunos gigantes petroleros vendieron la gran mentira. Al igual que la industria tabacalera, los responsables deben rendir cuentas. Hay que poner fin a la adicción a los combustibles fósiles. El objetivo de limitar el calentamiento a 1,5 grados centígrados respecto a la era preindustrial se está esfumando. Actualmente, los productores de combustibles fósiles y quienes los apoyan siguen luchando para aumentar la producción, a sabiendas de que su modelo económico es incompatible con la supervivencia de la humanidad.

Para Ferran Puig Vilar (2009),[21] la campaña de negación de la evidencia científica del cambio climático tuvo su origen y fue financiada por las empresas mineras dedicadas a la extracción de carbón y generación de electricidad a partir del carbón las que, organizadas alrededor de la Western Fuels Association y el Edison Electric Institute crearon, en 1991, un grupo de presión bajo la denominación de Consejo de Información para el Medio Ambiente (Information Council for the Environment, ICE) cuyo objetivo declarado fue: reposicionar el calentamiento global como una hipótesis y no como un hecho.[22]

Puig Vilar señala que los anuncios y el boca a boca orientado a la prensa con el que iniciaron su campaña publicitaria y test de mercado se basó en decir:

Que esto del calentamiento era un invento de los comunistas, tras la caída del muro de Berlín convertidos en ecologistas, con el fin de: “… cumplir su sueño de una sociedad igualitaria basada en el rechazo al crecimiento económico en favor de una menor población mundial, alimentarse menos, consumir mucho menos y compartir, de forma mucho más equitativa, un nivel de recursos mucho menor”.[23]

Por su parte, Iñigo López Palacios afirma que los hermanos Koch,[24] dueños de Koch Industries, fueron los principales impulsores de la que puede ser considerada como la primera reunión de negacionistas del cambio climático. Esta reunión, celebrada en 1991 y organizada por el Cato Institute,[25] se convocó bajo el lema: Crisis ambiental global: ¿ciencia o política?

Tanto la creación del grupo de presión Information Council for the Environment como la reunión convocada por el Cato Institute se concretaron en 1991 y fueron una clara respuesta de los magnates de los combustibles fósiles al anuncio del presidente de USA, George H. W. Bush, sobre su intención de apoyar un tratado que limitase las emisiones de carbono.[26]

Con el correr de los años el negacionismo se extendió por todo el mundo conformando, tal como lo afirma López Palacios (2019) una amalgama que une a extremistas religiosos con ultraliberales, políticos, científicos solitarios y grandes empresas; cuya prédica sobre el cambio climático antropogénico fundamentalmente consiste en considerar que el problema no existe, o, de tener que reconocer su existencia, nunca aceptar su origen antrópico.

Al referirse a las estrategias del negacionismo aplicadas al cambio climático, Puig Vilar (2009)[27] destaca varias tácticas. Entre ellas, menciona las campañas para desprestigiar a las personas preocupadas por el ambiente, así como la creación de entidades fantasma dedicadas a estudios o investigaciones que ocultan las verdaderas intenciones de sus creadores. También señala la contratación de científicos comunicadores, quienes son posicionados como colaboradores y portavoces de organizaciones aparentemente independientes. Además, se desacredita la ciencia establecida, acusándola de ser "basura" y de estar ideologizada, y se contrapone con una "ciencia" creada para contradecir, generar confusión y controversia donde no debería haberla. Por último, menciona la creación de grupos fantasma "espontáneos" de personas que aparentemente están preocupadas por la excesiva reglamentación, la "ciencia basura", la pérdida de libertades o cualquier otro tema conveniente. Estos grupos envían cartas, hacen declaraciones y buscan entrevistas en medios de comunicación para difundir sus mensajes.

Con algunas variantes y matices estas estrategias también fueron empleadas con anterioridad en el caso de los pesticidas sintéticos como el DDT, tras las denuncias de Rachel Carson que debió enfrentar la feroz resistencia negacionista de la industria química o como en el caso de las tabacaleras que, durante décadas, negaron la abrumadora evidencia científica que vinculaba el fumar con el cáncer de pulmón; o como en la actualidad, con el glifosato.

Entre los argumentos frecuentemente utilizados por los negacionistas del cambio climático, encontramos una minoría de voces científicas que cuestionan la validez de las pruebas que respaldan la idea de una interferencia peligrosa de los seres humanos en el sistema climático global.

Quienes se inclinan por este tipo de argumentos se manifiestan escépticos o proponen objeciones como considerar que los cambios climáticos observados pueden ser parte de la variabilidad natural del clima a lo largo de la historia de la Tierra y no necesariamente deben atribuirse a la actividad humana; otros argumentan que las emisiones naturales de GEI, como el dióxido de carbono liberado por volcanes, pueden tener un impacto más significativo en el cambio climático que las emisiones humanas; algunos sostienen que los modelos climáticos utilizados para proyectar el cambio climático futuro pueden tener limitaciones y que podrían no reflejar adecuadamente la complejidad del sistema climático. También se ha argumentado que la variabilidad en la actividad solar puede ser una causa importante de los cambios climáticos observados. Algunos negacionistas argumentan que las mediciones de temperaturas y otros datos utilizados para evaluar el cambio climático pueden ser inexactas o estar sujetas a manipulación. Finalmente están aquellos que han expresado escepticismo sobre la relación causal directa entre las emisiones humanas de GEI y los cambios climáticos observados.

Por más ropaje científico con el que quieran vestir los argumentos negacionistas, ha sido la comunidad científica internacional la que los ha examinado, debatido y rebatido a lo largo de décadas, llegando además a una conclusión que cuenta con un consenso abrumador: las actividades humanas que redundan en la emisión de GEI, en particular, la quema de combustibles fósiles, han causado de manera inequívoca un proceso de calentamiento global y la Tierra ya está experimentando algunos impactos de este calentamiento.

El respaldo de la comunidad científica internacional a estas ideas se basa en un conjunto de pruebas. Entre ellas se incluyen los registros de temperatura, que son consistentes con la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera; el aumento incuestionable en la concentración de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de efecto invernadero desde la primera transición termoindustrial, especialmente a partir de la década de 1950, cuando el crecimiento de las emisiones de GEI se volvió exponencial, mostrando una clara correspondencia con la quema de combustibles fósiles. Los modelos climáticos han reproducido con éxito los patrones de temperatura observados a lo largo del tiempo y, cuando se incorporan factores naturales (como la variabilidad solar y los eventos volcánicos), solo pueden explicar una fracción del calentamiento observado. Además, se observan cambios significativos en los patrones climáticos a nivel global, incluyendo el aumento de las temperaturas promedio, el derretimiento de glaciares, la disminución del hielo marino en las regiones polares, el aumento del nivel del mar y cambios en los patrones de precipitación. También se registran aumentos en la temperatura y acidificación de los océanos, junto con retroalimentaciones positivas que amplifican el calentamiento global. Las evidencias paleoclimáticas indican que las concentraciones de gases de efecto invernadero y las temperaturas han estado históricamente correlacionadas y que las concentraciones actuales de gases de efecto invernadero están en niveles sin precedentes en miles de años. Además, existe una consistencia entre observaciones independientes que, a partir de diferentes conjuntos de datos y metodologías, llegan a conclusiones similares sobre la existencia y causa del calentamiento global.

Como hemos visto, la prédica negacionista sobre el cambio climático antropogénico beneficia a poderosos intereses económicos que se verían perjudicados si se aplicaran regulaciones efectivas destinadas a concretar una verdadera descarbonización de la economía mundial. No obstante, el negacionismo no solo responde a algunos intereses corporativos. En un marco más amplio, el cambio climático en curso es efecto de la base energética de la sociedad industrial y de sus formas de ocupación del territorio, de los modelo de producción y consumo, del crecimientismo. De esta manera al cuestionar el cambio climático antropogénico, se está cuestionando al sistema-mundo productivista. Esta es la verdadera raíz del negacionismo en tanto, si se admitiera la existencia y origen del cambio climático, como así también la existencia y origen de la degradación y pérdida de la biodiversidad, se tendría que admitir también que el sistema no es sostenible, que ciencia y mercado no resuelven las crisis ecosociales y, en consecuencia, se hace urgente y necesaria una revisión fundamental de la conducta humana y de la estructura entera de la sociedad actual



Como bien lo afirma Puig Vilar décadas de negacionismo sofisticadamente organizado y de freno al pensamiento sistémico como elementos de la expansión ultraliberal programada nos han llevado hasta aquí.[28]

Luego de más de tres décadas de intentos para reducir las emisiones de GEI, a niveles que no interfieran peligrosamente en el sistema climático mundial, lo que ha quedado palmariamente demostrado es que tal objetivo no se puede alcanzar apelando a la clásica dupla tecnología-mercado, y que lo que se requiere es el abandono de la superideología productivista mediante una transición hacia una sociedad diferente: convivencial y verdaderamente sostenible, que se encuentra en las antípodas del ideal que defienden los negacionistas.

Detenerse para desenmascarar las falacias negacionistas o aportar la muy abundante y contundente información disponible que demuestra que no existe duda científica sobre la influencia del ser humano en el clima solo sirve para seguir perdiendo el tiempo y ese ha sido -hasta ahora- el gran éxito alcanzado por las elites del poder y sus tecnoburocracias.

No cabe duda de que el negacionismo ha logrado su principal objetivo: el fracaso, tanto de los compromisos voluntarios de reducción, como de los compromisos cuantificados de limitación y reducción de emisiones de GEI. Basta observar la evolución de las emisiones y concentraciones atmosféricas de GEI, para entender la manera en la que han triunfado los carbotraficantes,[29] los perpetradores según el calificativo de David Suzuki.[30]

Entre 1990 -año de referencia para las negociaciones internacionales- y 2010, un cuarto de siglo de “lucha” contra el cambio climático global, las emisiones mundiales de CO2, en lugar de disminuir, aumentaron un 61%. Este incesante crecimiento de las concentraciones atmosféricas de GEI es el que condujo, en 2015, al celebrarse la XXI Conferencia de las Partes de la CMNUCC, a firmar el Acuerdo de París en el que se establecieron medidas para la reducción de las emisiones de GEI a un nivel que permita mantener el aumento de la temperatura global promedio por debajo de los 2°C por encima de los niveles preindustriales, y perseguir esfuerzos para limitar el aumento a 1.5°C. Un año después, en 2016, las concentraciones de GEI en la atmósfera, que en 1990 ya habían roto la barrera de seguridad establecida en 350 ppm, rompieron la barrera de las 400 ppm y continúan creciendo.

En el siguiente gráfico se puede apreciar la manera en la que evolucionaron las emisiones de CO2, particularmente, a partir de la década de 1950. Recordemos que ya en 1950 la industria petrolera sabía del peligro que significaba el crecimiento de las emisiones de GEI´s, pese a lo cual, es a partir de ese año que da inicio su crecimiento exponencial.

Como muy bien lo afirma López Palacios (2019):

La presión general es cada vez mayor y los negacionistas, aunque poderosos, cada día están más aislados, les resulta más difícil contradecir las evidencias y están pasando a la táctica from deny to delay (de negar a retrasar). Aceptar a regañadientes la posibilidad del problema, pero cuestionar las propuestas para revertir el fenómeno calificándolas de inútiles. La batalla ahora es contra el tiempo. En 2018, el IPCC preveía un máximo de 12 años para intentar contener el calentamiento de la atmósfera antes de que sea irreversible.

HOY YA SOLO QUEDAN 6 AÑOS

En definitiva, lo podrán seguir negando, afirmando que es un invento, un gran fraude, que no existe influencia humana, que se trata solo de variaciones naturales del clima, pero, por más que se niegue su veracidad, cuando un hecho es verídico, lo seguirá siendo.

Frente a la prédica del negacionismo sobre el cambio climático antropogénico, hagamos presente la abrumadora evidencia disponible y si no alcanza, a la manera de Galileo Galilei, murmuremos: Eppur si scalda (Y, sin embargo, se calienta) y a seguir luchando.

El negacionismo ambiental anarcocapitalista: El Mercado como Panacea

Para los anarcocapitalistas las crisis ecológicas no existen, en tanto, mercado y tecnología pueden resolver cualquier problema que se presente, razón por la cual, afirman que: deberíamos dedicar nuestros recursos y esfuerzos a otras prioridades, a la par que se debe evitar que el ambiente sea declarado bien público y no impedir su privatización. Para ellos vivimos en el más sostenible y el mejor de los mundos posibles; considerando que quienes, como los ecologistas, cuestionan al sistema, son en realidad catastrofistas malthusianos, que funcionan como grupo de interés y cuyo discurso tiene un efecto contraproducente en la determinación de prioridades sociales y en la buena gestión de recursos escasos.

En todos los casos, en el pensamiento anarcocapitalista, se hace presente una constante productivista: el desprecio al riesgo, que los impulsa, en nombre de la libertad y el no intervencionismo estatal, a la renuncia a cualquier tipo de regulación ambiental en tanto, a su criterio, resultan tan caras como inútiles.

Al colocar al individuo en el centro de toda acción social, se otorga prioridad absoluta a las conveniencias circunstanciales, con lo cual, como sostiene el Papa Francisco, todo lo demás se vuelve relativo, todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos y con esta lógica, se alimentan actitudes que provocan -al mismo tiempo- degradación ambiental y degradación social.[31]

Una diferencia significativa entre los anarcocapitalistas y otras corrientes del productivismo radica en que estas últimas reconocen la existencia de alteraciones significativas y a gran escala en el ambiente de la Tierra originadas por actividades humanas que afectan su clima, biodiversidad, ciclos biogeoquímicos y sistemas ecológicos. En contraste, los anarcocapitalistas niegan que tales alteraciones existan o que tengan un origen antrópico. Este negacionismo ambiental es coherente con su ideología, que los lleva a considerar cualquier regulación o intervención gubernamental destinada a evitar o mitigar los efectos de tales alteraciones como una amenaza directa a la libertad económica y, por extensión, al sistema capitalista.

Dado que la globalización de las crisis ecosociales representa un desafío directo a las lógicas productivistas y de crecimiento que sustentan el capitalismo, el negacionismo es una estrategia deliberada para defender el sistema capitalista frente a cualquier amenaza a su proceso de acumulación y concentración del capital. Esta estrategia busca asegurar que el sistema continúe sin trabas, independientemente de los impactos ambientales y sociales que pueda generar.

Este negacionismo ambiental se concreta mediante la promoción de teorías que niegan la gravedad o incluso la existencia de crisis ambientales, ignorando o desechando las pruebas y consensos científicos en estos temas y negando -claro está- cualquier hecho que pudiera desafiar la visión anarcocapitalista del mundo; como así también, desprestigiando a cualquier persona preocupada por el ambiente acusándola, como bien lo afirma Ferran Puig Vilar, de comunista agazapado o, como mínimo, de agente del ‘socialismo sigiloso’, deseosa de un gobierno mundial, y colocarle la ideología de contrario al desarrollo económico e igualitarista para repartir miseria. [32]

Con el objetivo de aportar información para desarrollar un análisis crítico, nos proponemos explorar aquí la génesis y teoría del negacionismo ambiental anarcocapitalista.

Génesis

Además de sus diferencias con el liberalismo clásico y para no llamarse a engaños, resulta aquí necesario y conveniente puntualizar las profundas diferencias que existen con el anarquismo tradicional, con el que solo comparte la oposición al Estado y a su autoridad coercitiva. Ambos – anarquismo y anarcocapitalismo - difieren significativamente en sus fundamentos filosóficos, objetivos sociales y económicos, y visiones de la propiedad y la economía.

El anarquismo tradicional propone una economía solidaria, cooperativa y de autogestión. Su objetivo es alcanzar una distribución equitativa de los recursos y la eliminación de las jerarquías económicas. Considerando que el capitalismo crea desigualdades y perpetúa la explotación, su postura es anticapitalista. Por el contrario, el anarcocapitalismo aboga por un capitalismo sin restricciones, donde el mercado libre opera sin ninguna intervención estatal. Cree que todas las transacciones económicas deben ser voluntarias y basadas en la propiedad privada, aceptando que las desigualdades económicas son naturales y resultado del mérito y la competencia en un mercado libre.

El anarquismo tradicional no solo persigue la eliminación del Estado, sino también de la propiedad privada de los medios de producción en favor de la propiedad comunal o cooperativa, promoviendo una sociedad organizada horizontalmente, sin jerarquías ni autoridades coercitivas. En cambio, el anarcocapitalismo desea mantener y fortalecer la propiedad privada, particularmente la de los medios de producción. Su visión es que el mercado libre debe ser el principal organizador de la sociedad y el mejor mecanismo para resolver problemas sociales y económicos.

Para el anarcocapitalismo el derecho a la propiedad privada es absoluto e intocable, los mercados deben ser absolutamente libres, y la competencia debe ser la regla que posibilite que todos los servicios sean proporcionados a través de un proceso exclusivamente voluntario de cooperación social liderado por el ímpetu de la creatividad humana y la coordinación empresarial. Una sociedad en la que:

...todos los proyectos empresariales pueden probarse si obtienen con carácter voluntario el apoyo suficiente, por lo que son múltiples las posibilidades creativas de solución que pueden idearse en un entorno dinámico y siempre cambiante de cooperación voluntaria (Huerta de Soto, 2012).

En el anarcocapitalismo, la libertad individual reviste la categoría de bien supremo, no obstante, esta queda restringida a la libertad de comprar y vender. De allí que, para el ideario anarcocapitalista, el mercado se transforme en el ámbito en el que se realiza la libertad personal. Lo anterior, sumado a su objetivo de eliminar el Estado, los conduce a liberar las fuerzas del mercado de toda interferencia estatal, sin mostrar reparos por la formación de monopolios ni por los procesos de concentración de la riqueza. [33] Para el anarcocapitalismo, lo más rentable en un mercado es el mecanismo que debe determinar lo que los humanos y los ecosistemas necesitan. En su ideario, la competitividad y la productividad ocupan un lugar central como claves para triunfar en la selva de la competencia desenfrenada y son la verdadera razón de vivir. Se trata de una cultura basada en naturalizar la competencia, el individualismo, la desmedida acumulación de riqueza, el lujo, el despilfarro y el consumismo. Un pensamiento económico y social que, parafraseando a Hazel Henderson, conduce a entronizar algunas de nuestras predisposiciones menos atractivas: voracidad material, competición, gula, orgullo, egoísmo, imprevisión y simple codicia. [34]

La “revolución” anarcocapitalista es una revolución individualista, naturalizando y exaltando el egoísmo transformado en virtud, que guía hacia la permanente competitividad en una sociedad en la que solo pueden prosperar los “más aptos”. Su llamado es a una aceptación voluntaria de los individuos, a partir de sus intereses particulares, sin atender a los fines colectivos, proponiendo una sociedad en la que las interacciones se reducen a relaciones de mercado y la sociedad misma es entendida como un mero agregado de personas distintas, cada una atendiendo sus propios fines.

Todo su andamiaje económico funciona como si la imposibilidad fuese posible; como si los humanos hubiesen aprendido a dominar las fuerzas de la naturaleza; como si las leyes de la termodinámica y las leyes biológicas no existieran; como si los modelos matemáticos pudieran reflejar la realidad; como si una parte de la economía, el mercado, pudiera imponer su modo de funcionamiento a los niveles superiores de la propia economía, la sociedad y la biosfera; como si el Producto Bruto Interno fuera indicador del progreso humano; como si el consumo fuera nuestra forma de vida; como si el crecimiento en el nivel global de la economía pudiera continuar eternamente y la sustitución de un material o una forma de energía por otra pudiera continuar indefinidamente, aun cuando en la realidad las reservas totales sean limitadas; como si la naturaleza fuera un mero subsistema del sistema económico.

Teoría

Para los anarcocapitalistas, en la práctica, las crisis ecológicas no existen, en tanto el mercado y la tecnología pueden resolver cualquier problema que se presente. En consecuencia, afirman que deberíamos dedicar nuestros recursos y esfuerzos a otras prioridades y evitar que el ambiente sea declarado bien público, promoviendo su privatización. Para ellos, vivimos en el más sostenible y el mejor de los mundos posibles; consideran que quienes, como los ecologistas, cuestionan al sistema son, en realidad, catastrofistas malthusianos que funcionan como grupo de interés, y cuyo discurso tiene un efecto contraproducente en la determinación de prioridades sociales y en la buena gestión de recursos escasos.

En todos los casos, en el pensamiento anarcocapitalista, se hace presente una constante productivista: el desprecio al riesgo, que los impulsa, en nombre de la libertad y el no intervencionismo estatal, a renunciar a cualquier tipo de regulación ambiental, ya que, a su criterio, resultan tan caras como inútiles.

Al colocar al individuo en el centro de toda acción social, los anarcocapitalistas otorgan prioridad absoluta a las conveniencias circunstanciales y como bien sostiene el Papa Francisco, todo lo demás se vuelve relativo, todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos, y con esta lógica, se alimentan actitudes que provocan, al mismo tiempo, degradación ambiental y social.

Para fundamentar sus posiciones negacionistas en el campo ambiental, los anarcocapitalistas apelan a una serie de argumentos, entre los que se destacan: la Tragedia de los Comunes, la inexistencia de fallos del mercado y el optimismo crecimientista.

Resulta conveniente aquí efectuar un análisis crítico de tales argumentos.

La Tragedia de los Comunes

En un artículo publicado el 20 de agosto de 2023 en INFOBAE titulado "Javier Milei, la esperanza argentina", Alberto Benegas Lynch (h) sostiene que los socialismos han adoptado el ambientalismo como un medio más efectivo para socavar la propiedad privada. En lugar de abolirla como lo harían los marxistas, la Tragedia de los Comunes se promueve mediante el recurso a los llamados 'derechos difusos' y la 'subjetividad plural', lo que permite que cualquiera pueda objetar el uso que otro hace de lo que actualmente le pertenece a alguien más.

Benegas Lynch (h) considera el ambientalismo como un fraude que distorsiona las estadísticas. Cita el caso del cambio climático para negar su influencia humana, argumentando que los cambios en las velocidades, órbitas y equivalentes provocan variaciones climáticas que superan con creces la influencia humana. También aborda la extinción de especies animales y la cuestión del agua, reconociendo problemas en estas áreas y proponiendo a manera de solución asignar derechos de propiedad privada sobre los componentes de la biodiversidad animal y sobre el agua dulce. [35]

Es crucial analizar el dilema de la Tragedia de los Comunes planteado por Garrett Hardin en 1968,  [36]que describe una situación en la que los intereses egoístas a corto plazo de las personas entran en conflicto con los intereses colectivos a largo plazo del bien común. Es una situación en la que varios individuos, motivados únicamente por el interés personal y actuando de forma independiente pero racional, terminan por destruir un recurso compartido limitado (el común), aunque ninguna de las partes, ya sea individualmente o en conjunto, se beneficie de tal destrucción.

Frente al dilema de Hardin, las corrientes liberales reaccionan de dos maneras diferentes. Algunos lo rechazan, considerando que no demuestra inevitablemente que la degradación de los bienes comunes sea una consecuencia inevitable de la acción libre de los individuos, mientras que otros ven en este dilema el mejor argumento para justificar el otorgamiento de derechos de propiedad sobre los bienes comunes como la única manera de evitar su destrucción. En otras palabras, según esta perspectiva, el dilema de Hardin resalta la importancia de la propiedad privada y la asignación eficiente de recursos a través del mercado.

En línea con esta segunda interpretación del dilema, y parafraseando a Javier Sicilia, la Tragedia de los Comunes puede considerarse como parte de esa "neohabla" compuesta de oxímoros que, mediante discursos públicos, induce a la creencia de que se protege lo que se contribuye a destruir. [37]

Aunque Milei no lo menciona explícitamente, se apoya en la Tragedia de los Comunes cuando afirma:

¿Qué hay de malo en que una empresa contamine el río? ¿Dónde está el problema ahí? Eso, en realidad, habla de una sociedad a la que le sobra el agua. El problema en realidad radica en que no hay derechos de propiedad sobre el agua. Cuando falte el agua, alguien va a ver un negocio ahí y va a reclamar los derechos de propiedad. Van a ver cómo ahí sí se termina la contaminación. [38]

Milei sostiene que la asignación de derechos de propiedad privada sobre los bienes comunes permitirá su compra, venta y uso en el mercado, lo que conducirá a una asignación eficiente de recursos, ya que los precios reflejarán la escasez y la demanda. Sin embargo, esta perspectiva ignora los fallos del mercado.

¿Inexistencia de fallos de mercado?

Con el objetivo de permitir que el mercado determine los resultados económicos, los anarcocapitalistas defienden la competencia abierta, sin restricciones ni interferencias gubernamentales. Confían en la capacidad del mercado para autorregularse (la mano invisible) y descartan la existencia de fallos de mercado. En su lugar, consideran que lo que existen son fallas de gobierno, resultado de la intervención del Estado en la economía y no de procesos que pueden generarse en un mercado libre. En esta línea de pensamiento, Milei afirma: no existe el fallo de mercado… si algo funciona mal es porque está metido el Estado en el medio. [39]

No obstante, numerosos economistas han trabajado para identificar aquellas situaciones en las que los mercados pueden no asignar recursos de manera eficiente. Incluso Adam Smith, considerado el padre de la economía moderna, reconocía que en relación con los bienes públicos podrían surgir ineficiencias, sugiriendo que en estos casos el gobierno podría intervenir.

Destacan aquí las contribuciones al análisis de los fallos de mercado de Francis M. Bator, quien en su artículo The Anatomy of Market Failure (Journal of Law and Economics, 1958) proporcionó una estructura analítica para identificar y comprender los fallos de mercado. Bator identificó áreas en las que los mercados pueden no funcionar de manera eficiente, como en situaciones de externalidades, bienes públicos, costos de transacción significativos, competencia imperfecta y asimetría de información.

Optimismo crecimientista

Es la falta de reconocimiento de la existencia de límites biofísicos para el crecimiento la que, por ejemplo, lleva a Milei a afirmar que:

...la convergencia y la aceleración del crecimiento basada en el capital humano y el progreso tecnológico nos pondrán de frente a una singularidad económica, donde la economía dejaría de ser la ciencia de administración de la escasez para convertirse en la ciencia del estudio de la acción humana en un entorno de abundancia radical. Cuantitativamente, si en el siglo XXI el mundo converge, el PBI per cápita crecería a una tasa del 4,18%, por lo que éste se multiplicaría 59,1 veces, superando en 4,6 veces los logros de 20 siglos. [40]

Predecir que marchamos hacia un entorno de abundancia radical y que el PBI per cápita puede crecer a las tasas que indica Milei es una muestra palmaria de desconocimiento de las consecuencias de las dinámicas exponenciales en ambientes finitos. Ignora que ya estamos utilizando recursos a un ritmo que requeriría 1,5 planetas para proveerlos de manera sostenible.

Criticando a los que Milei considera apocalípticamente pesimistas, como el Club de Roma, afirma:

...analizando la historia, creer que lo mejor está por venir, aun cuando de tanto en tanto haya una crisis, no es exceso de optimismo. [41]

En realidad, no es un exceso de optimismo; es un exceso de negligencia, irresponsabilidad y omnipotencia. Esto es particularmente evidente cuando afirma que el Club de Roma se equivocó con su informe Los límites del crecimiento, ignorando las evaluaciones actuales que confirman las proyecciones de las variables consideradas en el modelo mundial estándar. [42]  Estas evaluaciones hacen absolutamente verosímil el comportamiento del sistema socioeconómico de exceso y colapso que se pronosticaba en 1972. [43]

Si continuamos en el insostenible rumbo actual, lo que nos espera no es lo mejor, sino una crisis ecosocial global sin precedentes: un verdadero ecocidio seguido de genocidio. Esta crisis se evidencia con solo observar el mundo tal como es. El problema del anarcocapitalismo es que no escapa a la irrealidad en la que se ha sumergido el pensamiento dominante de la economía y, por lo tanto, está muy lejos de ver el mundo tal como es.

Bien lo sintetiza Ugo Bardi, [44] cuando afirma que la economía es un sistema complejo y uno de los problemas de los economistas es que:

…la mayoría de sus modelos simplemente no parecen estar funcionando muy bien. A veces, los economistas parecen estar todavía pensando en la 'mano invisible', que se parece mucho a los ángeles empujando planetas que se tenía hace mucho tiempo atrás. Pero los astrónomos ya no piensan en ángeles, mientras que los economistas...

No obstante, tanto optimismo crecimientista, en el mundo tal cual es, estallan crisis financieras frente a las que la “mano invisible” pide a gritos la pronta y masiva intervención estatal, tal como aconteció en la crisis de 2007/2008, cuando estalló la burbuja de la economía global, una verdadera estafa piramidal. La Reserva Federal estadounidense se vio obligada a destinar a los salvatajes USD 16.000.000.000.000, una cifra difícil de imaginar, la cual fue erogada tal como se muestra en el siguiente cuadro, incluido en la página 137 del informe de Auditoría de la Reserva Federal de Estados Unidos.



En el mundo tal cual es, una cada vez más pequeña parte de la población acumula la mayor parte de la riqueza y los recursos económicos, mientras que el resto de la población lucha por sobrevivir con recursos muy limitados. Esta situación acarrea graves consecuencias ecosociales y aumenta la insostenibilidad. Diversas fuentes proporcionan datos sobre el proceso de concentración de la riqueza. Así, por ejemplo, el Informe de Riqueza Global 2021 de Credit Suisse muestra que el 1% de la población mundial posee el 43% de la riqueza, mientras que el 50% de la población mundial —más de 3500 millones de personas— posee solo el 1% de dicha riqueza.

En el mundo tal cual es, entre las principales actividades económicas tenemos los gastos militares, el narcotráfico y los subsidios ambientalmente dañinos. En 2022, los gastos militares alcanzaron una cifra estimada de USD 2.240.000.000.000, el nivel más alto jamás registrado; [45] las ganancias anuales del narcotráfico, estimadas por la Oficina de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas, totalizan USD 650.000.000.000; y los subsidios ambientalmente dañinos (EHS), que agrupan todas las acciones gubernamentales que por diseño o efecto aceleran la producción o el consumo de recursos naturales o socavan ecosistemas que sostienen la salud planetaria, se estiman en USD 1.900.000.000.000 al año. De manera particular, la Agencia Internacional de la Energía ha estimado los subsidios al consumo de combustibles fósiles para 2022 en USD 1.000.000.000.000. [46] De esta manera, se podría afirmar que, en el mundo tal cual es, la economía de bienestar que se pregona ha mutado en una economía de malestar.

En el mundo tal cual es, emergen con fuerza renovada todo tipo de expresiones de intolerancia política y social; se agudizan los conflictos entre las potencias por recursos y mercados, acrecentando el peligro de recurrir al empleo de armas de destrucción masiva. En definitiva, se trata de un escenario de crisis ecosocial globalizada sobre el que tantas inútiles advertencias han sido dichas.

Criticismo antiecologista

Todos los argumentos antes analizados fundamentan el negacionismo ambiental, a la par que sustentan la crítica antiecologista.

A manera de ejemplo podemos citar al ex presidente de Checoslovaquia, Václav Klaus, para quien:

El mayor peligro que enfrenta la especie humana es, sin lugar a duda, el movimiento ecologista, que ha puesto grilletes verdes a la libertad y la prosperidad de nuestro planeta. El ecologismo es una ideología antihumana que difunde falacias acerca de la ciencia, la economía y la política del calentamiento global. [47]

En esa misma línea de pensamiento Milei, durante una entrevista en TN de abril de 2023 afirmaba que el objetivo principal del ecologismo es querer “exterminar a la población” en función de cuidar al planeta, al punto tal de “eliminar a los seres humanos”.

Sin embargo, esta afirmación temeraria carece de evidencia histórica que vincule al ecologismo con procesos de exterminio humano, crisis económicas y financieras, concentración de la riqueza generadora de injusticia social y violencia, desarrollo y construcción de armas convencionales o de destrucción masiva, atentados contra la salud humana por contaminación del suelo, agua y atmosfera, propuestas para la libre portación de armas, cambio climático o la sexta extinción en masa en la que nos encontramos inmersos. Quizás Milei debería reflexionar si del sistema que defiende se podría decir lo mismo.

Al considerar las problemáticas ambientales y del desarrollo sostenible como una agenda de marxismo cultural, inventos y mentiras socialistas, y fraudes que atentan contra la propiedad privada y el crecimiento económico, no debe sorprender que Milei haya disuelto el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. En su lugar, creó una Subsecretaría de Ambiente dependiente de una Secretaría de Turismo, Deportes y Ambiente, donde el orden de los temas claramente refleja su importancia relativa. Según su secretario, Daniel Scioli, esta subsecretaría tiene como objetivo convertirse en una máquina para facilitar procesos productivos. Aunque elevar el área ambiental al nivel ministerial podría o no ser una muestra de conciencia sobre su importancia fundamental, su desjerarquización no deja lugar a dudas.

En resumen, el negacionismo ambiental en el anarcocapitalismo se construye sobre un individualismo radical que considera al individuo y sus derechos de propiedad como supremos, viendo cualquier limitación por razones ambientales como una violación de derechos fundamentales. También se basa en la desconfianza hacia la ciencia que respalda la existencia de crisis ecosociales, percibida como un producto de instituciones colectivas (universidades, ONG, gobiernos) que, según los anarcocapitalistas, están corrompidas por intereses políticos y económicos que buscan expandir el control estatal. No menos importante es su inquebrantable fe en la autorregulación del mercado, una creencia de que el mercado libre, sin intervención estatal, es capaz de resolver cualquier problema, incluidos los ambientales.



[1] Marcellesi, F. (2008):  Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde, Cuadernos Bakeaz, n.º 85.
[2] Degans, F. (1984): «Qu’est-ce que le productivisme?», en LES VERTS: Textes fondateurs des Verts.
[3] Riechmann, J. (2005): Un mundo vulnerable.
[4] Alcoberro, R. (2009). “¿Homo economicus o idiota moral?”, documento electrónico: http://www.alcoberro.info/V1/liberalisme5.htm
[5] Morin, E. (1996). El pensamiento ecologizado. Gazeta de Antropología. Morin, E. (1996). “El Pensamiento Ecologizado”, documento electrónico: https://digibug.ugr.es/bitstream/handle/10481/13582/G12_01Edgar_Morin.pdf?sequence=10&isAllowed=y
[6] Carta Encíclica Laudato si´ parágrafos 68; 69; 115; 117; 118 y 119.
[7] Riechmann, J. (2012). Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Proteus, Barcelona 2012. 439 páginas.
[8] Crosby, A. W. (1986). Imperialismo ecológico: la expansión biológica de Europa, 900-1900. Barcelona: Editorial Crítica.
[9] En 1992, la Royal Society de Gran Bretaña y la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos emitieron una declaración conjunta titulada "Población y Recursos del Mundo: Implicaciones para el Desarrollo Global". La declaración fue resultado de un esfuerzo conjunto de los dos organismos para resumir los resultados de una reunión de expertos en temas de población, recursos y medio ambiente que se había llevado a cabo anteriormente ese mismo año.
[10] Riechmann, J. (2008). “Hemos de aprender a vivir de otra manera”. ISTAS, pp. 1 a 13.
[11] El Teorema de Incompletitud de Gödel, desarrollado por el matemático austriaco Kurt Gödel en 1931, establece que cualquier sistema formal que contenga la aritmética básica es incompleto. Esto significa que no existe un conjunto finito de axiomas que pueda demostrar todas las verdades matemáticas. Su teorema es una de las contribuciones más importantes a la lógica y la teoría de los fundamentos de las matemáticas. Su importancia radica en que mostró que la matemática no puede ser completamente formalizada y que siempre habrá verdades matemáticas que no se pueden demostrar. Esto tiene implicaciones profundas en la filosofía de la ciencia y en nuestra comprensión del conocimiento matemático.
[12] Domènech, A. (2019): "La ciencia moderna, los peligros antropogénicos presentes y la racionalidad de la política de la ciencia y la tecnología". Revista de Occidente, n. 449, pp. 15-34.
[13] Commoner, B. (1966): Science and Survival. New York, Viking Press.
[14] Rescher, N. /1999): The Limits of Science. University of Pittsburgh Press.
[15] Postman, N. (2018): “Tecnópolis: la rendición de la cultura a la tecnología”. Ediciones del Salmón.
[16] Ponencia presentada por Neil Postman en el Congreso Internacional "Newtech 98 Nuevas Tecnologías y Persona Humana, Comunicando la Fe en el Nuevo Milenio". Denver, 25-28 de marzo de 1998; documento electrónico: https://web.archive.org/web/20150904023009/http://www.globalizacion.org/desarrollo/PostmanCambioTecnologico.htm
[17] Carlos de Castro, “Durante y tras el colapso: La Revolución Solidaria (1ª parte)”, en 15/15/15, 14 de diciembre de 2015; http://www.15-15-15.org/webzine/2015/12/14/durante-y-tras-el-colapso-la-revolucionsolidaria-1a-parte/
[18] Diamond, op. cit., p. 15.
[19] Desde 1824, en que Joseph Fourier sentó las bases para la comprensión del efecto invernadero, muchos fueron los aportes de diferentes científicos (Tyndall, 1859; Arrhenius, 1896; Keeling, 1958; Budyco, 1962; Lorenz, 1965 o Emiliani, 1966) que fueron dando forma y sustento a la idea de la existencia de una interferencia antropógena peligrosa en el sistema climático global; idea que condujo, en 1988, a la creación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) cuyo primer informe, en 1990, asegura que existe un calentamiento y que resulta probable que aumente en el futuro. Se arriba así a la Conferencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992, durante la cual, se aprueba el texto de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la que entrará en vigor en 1994.
[20] Supran, G. Rahmstorf, S. y Oreskes, N.  (2023). Evaluación de las proyecciones de calentamiento global de ExxonMobilScience, Vol. 379, Número 6628
[21] Puig Vilar, F. (2009) El movimiento negacionista en cambio climático: 1. Tabaco y clima, destrucción masiva. Documento electrónico: https://ustednoselocree.com/2009/12/21/movimiento-negacionista-1/
[22] Naomí Oreskes – Presentación: The Denial of Global Warming – University of California, San Diego – 13/03/2008 – Professor of History and Science Studies at the University of California – http://www.aip.org/history/powerpoints/GlobalWarming_Oreskes.ppt
Argue whether facts were facts: Reposition global warming as theory not fact; Just a theory…
According to the memo, environmentalists’ efforts to combat global warming would realize the environmentalists’ «dream of an egalitarian society based on rejection of economic growth in favor of a smaller population, eating lower on the food chain, consuming a lot less and sharing a much lower level of resources much more equitably … The campaign is basically the resurrection of a similar campaign launched by the Western Fuels (coal) Association in the early 1990s.»
[23] Ross Gelbspan – “Vampire Memo” Details New Propaganda Blitz by Energy Companies – http://www.heatisonline.org/contentserver/objecthandlers/index.cfm?id=6021&method=full
[24] López Palacios, I. (2019): Apóstoles del negacionismo. Documento electrónico: https://elpais.com/elpais/2019/09/18/eps/1568820907_023534.html
[25] El Cato Institute es un think tank libertario con sede en Washington D.C., Estados Unidos. Fue fundado en 1977 por Edward H. Crane, Murray Rothbard y Charles Koch, entre otros. El instituto se dedica a la promoción de ideas y políticas basadas en los principios de libre mercado, limitación del gobierno, individualismo y libertad personal. Su nombre proviene de Cato's Letters, una serie de ensayos publicados en el siglo XVIII que abogaban por la libertad y el gobierno limitado. El Cato Institute propugna la reducción de la intervención gubernamental en la economía y la vida de las personas, así como la promoción de la propiedad privada y la libertad individual.
[26] Es de hacer notar que, hasta principios de la década de 1990, tanto republicano como demócratas, aceptaban -en gran medida- el consenso científico sobre el cambio climático, situación que se va a ver drásticamente modificada cuando asume el liderazgo republicano el expresidente Donald Trump.
[27] op. cit.
[28] Ferrán Puig Vilar, “¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende”, en mientras tanto 117 (monográfico sobre Los límites del crecimiento: crisis energética y cambio climático), Barcelona 2012, p. 113. 
[29] Denominaremos carbotráfico al comercio de combustibles fósiles -adictivos o no- principalmente petróleo. La base económica principal de este fenómeno es esta sustancia bituminosa, ya que su compraventa financia la mayor parte de un fenómeno que engloba la extracción, distribución, venta y control de mercados de carbostupefaciens dañinos para la salud y el ambiente. Las legislaciones internacionales no prohíben ni limitan el carbotráfico pese a haberse demostrado científicamente su significativa contribución a la interferencia antropógena peligrosa en el sistema climático y las innumerables formas de contaminación que provocan.
[30] Suzuki, D. Décadas de negación y estancamiento han creado una crisis climática. Documento electrónico: https://davidsuzuki.org/story/decades-of-denial-and-stalling-have-created-a-climate-crunch/
[31] En Laudato si´ el Papa Francisco resume las nefastas consecuencias de la cultura relativista y su lógica de la siguiente manera: La cultura del relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o convirtiéndola en esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la explotación sexual de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los propios intereses. Es también la lógica interna de quien dice: dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables. Si no hay verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita. Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley serán suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente, porque, cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
[32] Puig Vilar, F. (2009) El movimiento negacionista en cambio climático: 1. Tabaco y clima, destrucción masiva. Documento electrónico: https://ustednoselocree.com/2009/12/21/movimiento-negacionista-1/
[33] Si los productores se encargan de recibir y entregar información (qué empresas son mejores que otras, qué empresas tienen mejores costes que otras, y qué empresas tienen mejores bienes que otras) y si no hay barreras a la entrada y salida de oferentes, un monopolio no es una falla de mercado puesto que su posición se consigue por ofrecer mejores condiciones que los otros oferentes (Hayek, 1946).
[34] Henderson, H. (1996). Creating Alternative FuturesKumarian Press.
[35] Es de hacer notar que Benegas Lynch (h) además de equipar la problemática de una especie domesticada como la vaca con la extinción de especies silvestres como la fauna marina, al proponer la privatización de los componentes de la diversidad biológica y del agua no se detiene a analizar que dicha privatización puede llevar a graves problemas tales como la exclusión de ciertos grupos de personas que no pueden acceder al recurso privatizado debido a barreras económicas; que los recursos que antes eran de libre acceso para la comunidad podrían estar restringidos a medida que se privatizan, lo que podría perjudicar a las personas que dependían de ellos; que los propietarios privados podrían priorizar el beneficio económico sobre la conservación a largo plazo del recurso; que la privatización podría llevar a la concentración de poder en manos de unos pocos propietarios, lo que podría tener efectos negativos en la competencia y en la toma de decisiones democráticas o que la gestión privada puede dar lugar a externalidades negativas no tenidas en cuenta, como daños ambientales o sociales.
[36] Hardin, G. (1968): The Tragedy of the CommonsScience, Vol. 162, No. 3859 (December 13, 1968), pp. 1243-1248.
[37] Iván Illich, Obras Reunidas Volumen I, Fondo de Cultura Económica
[38] Javier Milei, Congreso Económico Argentino, en el marco de la ExpoEFI, 31 agosto 2023
[39] Ibid
[40] Milei, J. (2014): De los Picapiedras a los Supersónicos Maravillas del Progreso Tecnológico con Convergencia, Actualidad Económica Año XXIV, Nº 83 – Mayo / Agosto 2014
[41] Ibid
[42] El modelo mundial estándar [BaU] es el que no supone ningún cambio importante en las relaciones físicas, económicas o sociales que históricamente han gobernado el desarrollo del sistema mundial. En él, todas las variables trazadas siguen los valores históricos de 1900 a 1970.
[43] Bardi, 2014; Jackson & Weber, 2016; Simmons, 2000; Randers, 2000; Hall & Day (2009); Turner, (2008, 2012, 2014 han demostrado que las dinámicas proyectadas por World3 en Los Límites del Crecimiento se están verificando en el mundo real. Strauss, M. (2012). Looking Back on the Limits of GrowthSmithsonian magazine, http://www.smithsonianmag.com/science-nature/Looking-Back-on-the-Limits-of-Growth.html
[44] Bardi, U. (2011). Entropy, Peak Oil, and Stoic Philosophy, documento electrónico: https://cassandralegacy.blogspot.com/2011/05/peak-oil-thermodynamics-and-stoic.html
[45] Anuario 2022 del Instituto Internacional para la Paz de Estocolmo (Sipri).
[46] Fossil Fuels Consumption Subsidies 2022 – AnalysisIEA.
[47] Klaus, Václav. (2008). Blue Planet in Green Shackles: What Is Endangered: Climate or Freedom? Competitive Enterprise Institute.

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ALTERNATIVA ECOLOGISTA: MÁS ALLÁ DEL CAPITALISMO Y EL SOCIALISMO Carlos Merenson *   Desde la aparición del movimiento ecologista en la escena mediática, numerosas voces de pensadores y teóricos discuten su posicionamiento en el tablero político heredado de la oposición entre izquierda y derecha, entre capital y trabajo. Frente a este panorama binario, Los Verdes alemanes en su fundación en 1984 hicieron famoso el lema «la ecología no está ni a la izquierda ni a la derecha, sino que va hacia delante», mientras que el ecologismo político francés establecía el «ni-ni»: ni de izquierda, ni de derecha. Marcellesi, F. (2006). “ Ecología Política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde ”   El régimen de propiedad sobre los medios de producción – privado o estatal – ha diferenciado a los dos sistemas dominantes en los últimos siglos, capitalismo y comunismo, mostrándose uno como alternativa del otro. Por su parte, el anarcocapitalismo, estructurado principalmente a...

UN DESAFÍO REVOLUCIONARIO

UN DESAFÍO REVOLUCIONARIO:  DESMONTAR Y DESENMASCARAR LAS FALACIAS DE LA SINRAZÓN PRODUCTIVISTA Carlos Merenson Donde existen equilibrios - como es el caso de los sistemas que hacen posible la vida en el planeta - necesariamente existen límites. Se podría pensar entonces que el reconocimiento de límites naturales, particularmente aquellos tan obvios como los vinculados con las existencias finitas de recursos naturales, [1] es una cuestión fuera de toda discusión, pero ello está muy lejos de ser cierto. En una verdadera embriaguez fáustica el ideal productivista ha hecho caso omiso de las restricciones que impone el ambiente a los insostenibles estilos de vida y sus inherentes modelos de producción y consumo. Tanto aquellos que detentan riqueza y poder - cegados por el afán de lucro - como aquellos que los enfrentan sin haberse desprendido de sus escorias productivistas, ignoran o prefieren ignorar que los sistemas que hacen posible la vida en el planeta Tierra dependen de complej...

LA BARBARIE ECOSOCIAL COMO TESIS, EL PENSAMIENTO NACIONAL COMO ANTÍTESIS

  La Quinta República Neoliberal en Argentina: la barbarie como tesis, el pensamiento nacional como antítesis     Carlos Merenson [*] Resumen Este documento presenta un análisis crítico del neoliberalismo en Argentina, centrándose en la figura de Javier Milei y su propuesta de un neoliberalismo extremo encarnado en el anarcocapitalista. Se presentan los argumentos desplegados por Milei para mostrarse como alternativa política. Al radicalizar los principios neoliberales y pretender eliminar el Estado, se muestra como las propuestas de Milei representan una amenaza para la justicia social y la sostenibilidad ecológica, al punto de conducir a un estado de "barbarie ecosocial". Se propone como alternativa profundizar en el Pensamiento Nacional, con la inclusión de la dimensión ecológica a partir de lo cual se explora el legado ecológico de Perón, que ya advertía sobre los peligros del agotamiento de los re...

SEGUNDO CUADERNO DE ECOLOGÍA POLÍTICA

 CUADERNO II - LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO Resumen En el segundo volumen de Cuadernos se analiza la cuestión de los límites del crecimiento y su impacto en la sociedad humana. Se exploran las diferentes perspectivas sobre este tema, desde la visión optimista del crecimiento ilimitado hasta la advertencia sobre la finitud de los recursos y la capacidad del planeta para sostener los modelos de producción y consumo humano. Se analizan las contribuciones de pensadores clásicos como Adam Smith, Thomas Malthus, David Ricardo y John Stuart Mill quienes sentaron las bases del debate sobre los límites del crecimiento. Se examina cómo la dinámica de sistemas, una herramienta para modelar sistemas complejos ha sido utilizada para comprender los límites del crecimiento y sus implicaciones. Se analiza de manera particular el informe "Los límites del crecimiento" (1972) del Club de Roma incluyendo sus conclusiones, las críticas que recibió y su impacto en la conciencia sobre la sostenibi...

QUEDA TERMINANTEMENTE PROHIBIDO EL CAMBIO CLIMÁTICO

En Argentina queda terminantemente prohibido el término cambio climático y otros más… Carlos Merenson Al calor de conocimientos aportados por diferentes disciplinas científicas como, entre otras, la ecología, la termodinámica y la economía ecológica, se viene desarrollando un lento pero indetenible proceso de ecologización del pensamiento al que Edward Morin describe como un cambio radical en la manera en que los seres humanos comprenden y se relacionan con el mundo natural, [1] basado en una comprensión profunda de la interconexión y la interdependencia de todos los seres vivos y los sistemas naturales que hacen posible la vida en la Tierra. Este proceso representa una transición desde una perspectiva reduccionista y fragmentada hacia una visión integradora y compleja. Una transición fundamental para identificar las causas y enfrentar las consecuencias de las globalizadas crisis ecosociales que hoy amenazan la supervivencia. Sin embargo, las élites del poder -principales benefic...